La vida de Unamuno se inserta en un periodo en el que el pensamiento filosófico español se encontraba en plena efervescencia. Por un lado, en la universidad (de la que llegó a ser rector en 1901, en Salamanca) comenzaba a resquebrajarse el inquebrantable pensamiento escolástico y la tradición de la sotana, dando paso a nuevas formas de pensamiento. Por otro, la bohemia entraba en escena y la literatura, el arte y el pensamiento comenzaban a encontrar cauces de expresión insospechados, como los cafés en torno a los cuales se encontraba la crema y nata cultural de la ciudad.
Unamuno desarrolló un pensamiento filosófico profundamente centrado en el individuo y en las tensiones existenciales que este enfrenta. Para él, el individuo no era solo una entidad biológica o social, sino una realidad espiritual y existencial, atrapada en un conflicto permanente entre la razón y el sentimiento, la inmortalidad y la finitud, el deseo de ser y la imposibilidad de ser plenamente.
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