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Rousseau: a contracorriente de todo y de todos

Jean-Jacques Rousseau es conocido por su teoría del contrato social y su tematización de la libertad. Una libertad con límites, guiada bajo el sentido común de la responsabilidad; una libertad moral. Como la pluma que escribe es sostenida por la mano que luego toma decisiones, esta libertad tuvo un trasunto en la propia biografía del autor. Pero ¿se reflejó esta responsabilidad en la vida de Rousseau o, en cambio, obra y autor vivieron con contradicciones? En plena Ilustración, el filósofo sentó con sus polémicas las bases del siguiente gran movimiento: el Romanticismo.

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Jean-Jacques Rousseau (1712-1178) es un filósofo fundamental para pensar algunos temas actuales, pero ¿fue la vida de Rousseau un espejo en el que nos podemos mirar? Ilustración de H. Rousseau, del libro «Album du Centenaire» (1889) (licencia CC1.0).

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Primeros años

Al comienzo del siglo XVIII, la filosofía europea estaba dividida en tres grandes zonas: el empirismo inglés, el racionalismo alemán y la philosophie francesa, con mucha más vida y menos académica que las anteriores. Esa Francia —de salones y bailes, de Ilustración política y de debates contra el absolutismo— fue la Francia en la que vivió Jean-Jacques Rousseau. A pesar de que Rousseau no nació en Francia, sino en Ginebra (Suiza), el 28 de junio de 1712, toda su vida estuvo vinculada al país galo y a su influencia. Nació, de hecho, en una familia que era descendiente de los hugonotes franceses.

La vida de Rousseau comenzó con una infancia feliz, a grandes rasgos, aunque hubo también numerosos imprevistos y tragedias. La primera y más importante fue la muerte de su madre, que falleció a los nueve días de dar a luz. La segunda fue la huida forzada de su padre de su ciudad por unas acusaciones que Rousseau siempre defendió que eran infundadas. Así que la educación de Rousseau corrió a cargo de sus tíos paternos, su verdadera familia. Con ellos leyó a los autores clásicos, de hecho. De estos autores, fue Plutarco con el que quedó fascinado. He aquí el comienzo de su idilio con la filosofía. Lo cuenta de la siguiente manera en su libro Las confesiones:

«No sé lo que hice hasta los cinco o seis años, ni cómo aprendí a leer. Recuerdo solo mis primeras lecturas y el efecto que me causaban; desde entonces juzgo que empiezo a tener conciencia de mí mismo. Me había dejado mi madre algunas novelas. En poco tiempo adquirí no solo una facilidad extraordinaria para leer y escucharme, sino también un conocimiento, sin par a mi edad, de las pasiones humanas».

Pero habían de pasar muchos años hasta que el pequeño Rousseau, lector de Plutarco, encontrase un hueco en los círculos filosóficos de la philosophie francesa. De hecho, antes de consumar su amor por el conocimiento, Rousseau fue pupilo de un calvinista, aprendió el oficio de relojero y el de maestro de grabador, entre otros. Esta itinerancia profesional cesó cuando conoció a una de las personas más importantes de su vida: Madame de Warens. Trece años mayor que él, Warens era una ilustrada católica, noble y aristócrata. Rousseau la conoció con 16 años y ella, que por aquel entonces contaba 29, le acogió como a uno de sus protegidos. La relación entre ambos no es fácil de explicar. Era en gran parte materno-filial, donde Warens actuaba como la protectora de un itinerante Rousseau que no tenía con qué ganarse la vida. Pero, al tiempo, la protección devino afecto y su relación fue más estrecha (amorosa, incluso) de lo que era al principio.

Comienzo de su vida intelectual

Así, y gracias a la intermediación de Warens, Rousseau consiguió su primer trabajo «intelectual» como preceptor en Lyon, enseñando a los hijos de un famoso escritor ilustrado de la época. Era la primera vez que Rousseau establecía contacto con la Francia ilustrada y aquel joven —que de pequeño había leído a los grandes clásicos— no lo desaprovechó. Interesado en ampliar sus círculos, fue conociendo poco a poco a los grandes intelectuales, como por ejemplo a Diderot (con quien luego se enemistó).

Iniciada su carrera intelectual —o, al menos, su contacto con el mundo intelectual—, el primer intento realmente serio de Rousseau de formar un pensamiento propio fue en 1742, con 30 años, cuando presentó un —en sus palabras— «innovador» sistema de notación musical en la Real Academia de Ciencias de París. Un sistema que, muy a pesar del joven Rousseau, no tuvo mucho éxito. Sin darse por vencido, al año siguiente publicó sus investigaciones (Disertación sobre la música moderna), con las que se empezó a dar a conocer más allá de sus círculos.

En lo sentimental, y con 33 años, Rousseau conoció a Thérèse Levasseur, una modista que no sabía leer ni escribir. Con ella Rousseau formó una familia que, para desdicha de ambos, nunca fue feliz, porque Rousseau convenció a Thérèse de entregar a sus hijos al hospicio según iban naciendo (algo con lo que ella siempre estuvo en desacuerdo). Al principio, Rousseau argumentó que no tenía los medios para mantener una familia, pero más tarde, en el volumen IX de Las confesiones, Rousseau escribió que lo hizo para evitar que la influencia nefasta de su familia política les llegara:

«Me contentaré con decir que fue tal, que entregando mis hijos a la educación pública por serme imposible educarlos por mí mismo, al destinarlos a ser obreros y campesinos mejor que aventureros y caballeros andantes de la fortuna, cría hacer un acto de ciudadano y de padre, y me consideré como un miembro de la república de Platón. Desde entonces, más de una vez el pesar me ha indicado que me equivoqué; pero mi razón, lejos de decirme lo mismo, a menudo ha bendecido al cielo por haberles librado así de la suerte de su padre y de la que les amenazaba cuando me viese obligado a abandonarles».

Rousseau fue un lector temprano, pero sus primeros oficios no fueron intelectuales. Esto cambió cuando conoció a Madame de Warens, una mujer con la que tuvo una relación compleja, no por difícil, sino por sus variados matices. Ella le puso en contacto con los círculos intelectuales de la época y le consiguió su primer trabajo como preceptor

Los años de su fama

Volviendo al plano filosófico, Rousseau terminó de alcanzar la fama total con 36 años, cuando escribió su Discurso sobre las ciencias y las artes para el concurso organizado por la Academia de Dijon. El discurso de Rousseau era realmente provocador porque, a la pregunta sobre si el avance de las ciencias y las artes habían contribuido a mejorar las costumbres, Rousseau respondió con un rotundo —y antiilustrado— «no». En sus palabras:

«Mientras el gobierno y las leyes proveen lo necesario para el bienestar y la seguridad de los hombres, las ciencias, las letras y las artes, menos despóticas y quizá más poderosas, extienden guirnaldas de flores sobre las cadenas que los atan, anulan en los hombres el sentimiento de libertad original, para el que parecían haber nacido, y les hacen amar su esclavitud y les convierten en lo que se suele llamar pueblos civilizados. La necesidad creó los tronos; las ciencias y las artes los han fortalecido»

La polémica se desató en toda Francia. ¿Cómo podía alguien, en medio del fervor ilustrado por la razón y la ciencia, negar la contribución de tales disciplinas al progreso? Nadie lo entendía. Lo que ocurría es que Rousseau, como todos los grandes pensadores, se estaba adelantando a su tiempo y estaba sentando las bases del siguiente gran movimiento: el Romanticismo.

Pero la Francia de su época no supo ver, por supuesto, esta novedad. Así, fueron muchos los ensayos que se escribieron para contestar a Rousseau, lo que avivó (aún más) la polémica. Cómodo en esta posición de personaje odiado e intelectual repudiado (llegó a rechazar una audiencia con el monarca al estrenar una obra de teatro), sus siguientes escritos estuvieron marcados por el mismo carácter: un carácter a contracorriente de su tiempo, un carácter propio; un carácter, en fin, polémico.

De entre sus hitos intelectuales siguientes, el más importante es, sin duda, su segunda presentación al concurso de la Academia de Dijon, esta vez sin premio y con un ensayo titulado Discurso sobre el origen de la desigualdad. Este ensayo puso a todo el mundo en contra de Rousseau, pues este se lanzaba a analizar el motivo del mal en la sociedad y este mal no lo encontraba en la Iglesia o en el ser humano, sino en la propiedad privada y en la sociedad: el ser humano nace bueno, pero es la sociedad la que le corrompe. Así leemos en el comienzo de la obra:

«Todos los filósofos que han examinado los fundamentos de la sociedad han comprendido la necesidad de retrotraer la investigación al estado de naturaleza, pero ninguno de ellos ha llegado hasta el verdadero estado de naturaleza».

Y más adelante:

«Desearía que se me explicase cuál puede ser el género de miseria de un ser libre cuyo corazón se halla en paz y el cuerpo en salud. Yo pregunto: de la vida social o natural, ¿cuál está más sujeta a convertirse en insoportable para quienes las disfrutan? Alrededor nuestro casi solo vemos gentes lamentándose de su existencia y aun algunos que se privan de ella en cuanto está en su poder. Yo pregunto si alguna vez se ha oído decir que un salvaje en libertad hubiera tan sólo pensado en quejarse de la vida o en darse la muerte».

Por un lado, la iglesia católica le acusó de negar el pecado original al defender que el ser humano es inherentemente bueno por naturaleza y que es la sociedad el motivo de su corrupción moral. Pero, por otro lado, este ensayo también acabó con la paciencia de los ilustrados franceses de la época. ¿Cómo podía Rousseau defender que el progreso de la sociedad era el motivo de la decadencia del ser humano? Voltaire, de hecho, dijo respecto al ensayo que «jamás se desplegó tanta inteligencia para querer convertirnos en bestias».

Los primeros escritos verdaderamente importantes en la vida de Rousseau fueron ensayos que preparó para los concursos organizados por la Academia de Dijon. El primero, Discurso sobre las ciencias y las artes, fue ganador, y el segundo, sin premio, fue Discurso sobre el origen de la desigualdad. Ambos desataron una fuerte polémica en Francia

Enfrentamiento con Voltaire y exilio

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Emilio, de Jean-Jacques Rousseau (la otra h).

Este fue el comienzo de la enemistad entre Rousseau y Voltaire, que nos legó un interesante cruce de ensayos. Por ejemplo, en 1755 Voltaire publicó su Poema sobre el desastre de Lisboa, donde mostraba un hondo pesimismo y negaba cualquier providencia (¿cómo podía Dios permitir estos desastres naturales y tantas muertes?). Rousseau contestó con su Carta sobre la providencia, a la que Voltaire respondió con su célebre Cándido o el optimismo, donde ridiculizaba la postura que sostiene que vivimos en el mejor de mundos posibles. Para más inri, muchos años más tarde, Voltaire publicó un panfleto anónimo titulado El sentimiento de los ciudadanos, donde hacía público la actitud de Rousseau hacia sus hijos:

«¿Quién es ese hombre que piensa que se le deben levantar estatuas y con la misma humildad compara su vida con la de Jesús; ese que ultraja al cristianismo y a la Reforma, e insulta a nuestros gobernantes y pastores? ¿Es un erudito que habla en contra de otros eruditos? No, es un desgraciado sifilítico que arrastra tras de sí, de pueblo en pueblo y de montaña en montaña, a una ramera, a cuya madre él ha matado, y con la que ha tenido hijos y los ha abandonado a la puerta de un hospicio».

Cuando leyó esto, Rousseau dedicó muchos esfuerzos a contradecir las injurias que le vertía Voltaire, como ser un sifilítico o haber matado a la madre de su esposa. Por los años en los que se publicaron estas duras palabras de Voltaire, Rousseau ya había escrito sus obras más importantes —como el Emilio o El contrato social— y la discusión entre ambos filósofos tenía resonancia en todos los rincones de Francia. En aquellas obras, Rousseau se muestra como un defensor de la educación libre (para los hombres únicamente) y como un defensor de la democracia radical, pero la vida de Rousseau fue la vida de un autor polémico que buscaba el enfrentamiento y la habladuría.

Así todo, y en lo que refiere al enfrentamiento con Voltaire, en aquel momento la balanza estaba muy descompensada para Rousseau. Todo el clero (protestante y católico) estaba en su contra y los círculos intelectuales de Francia habían hecho piña para atacar las polémicas tesis de Rousseau. Sin embargo, y de forma simultánea, sus obras empezaron a ser traducidas y a tener un cierto impacto positivo en el mundo anglosajón. La conjunción de ambos sucesos hizo que el 4 de enero de 1766, de la mano de David Hume y Jean-Jacques de Luze, Rousseau marchara a Londres.

Pero Rousseau, con una personalidad excéntrica, no lo puso fácil a su anfitrión empirista. Así, Hume tuvo que buscarle una nueva residencia a las afueras de la gran ciudad para contentar al inconformista autor. Además, Hume había conseguido que —en secreto— el rey Jorge III le diera a Rousseau una pensión de cien libras, pero Rousseau la rechazó sin motivo aparente. Quemados todos los puentes de ayuda con su actitud polémica y extravagante, Rousseau vuelve a Francia.

Últimos años de la vida de Rousseau

De estos últimos años nos quedan sus Confesiones, una obra en la que autores como Byung-Chul Han ven el inicio de la sociedad de la transparencia, una sociedad que convierte la exposición del yo en un valor. En Las confesiones, Rousseau buscaba limpiar su imagen y, a la vez, sentar las bases de una nueva literatura basada en la exposición descarnada de la vida íntima. Así empieza su obra:

«Emprendo una obra de la que no hay ejemplo y que no tendrá imitadores. Quiero mostrar a mis semejantes un hombre en toda la verdad de la Naturaleza y ese hombre seré yo»

En fin, la vida de Rousseau fue la vida una figura polémica, pero que empezó a recuperarse sin odio diez años después de su muerte (1778), a raíz de la Revolución Francesa (1789). Los revolucionarios vieron en Rousseau un autor que dispensaba de las herramientas intelectuales necesarias para acabar con el absolutismo y el Antiguo Régimen. Su crítica a la ciencia y al progreso sentó las bases de la crítica romántica y será recuperada por autores contemporáneos como algunos de los integrantes de la escuela de Frankfurt.

Por otro lado, y gracias a las autoras feministas, la recepción entusiasmada de Rousseau se ha puesto en duda durante los últimos años, especialmente en lo que respecta a su teoría sobre la educación libre. Su libro principal en este tema, el Emilio, es un libro que contrapone la educación libre que deben recibir los hombres frente a la educación casera, patriarcal y opresiva que deben —según Rousseau— recibir las mujeres (en el libro representadas bajo la figura de Sofía). Un legado que, después de varios siglos, se muestra igual que la vida del autor: polémico.

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Una respuesta

  1. Avatar de Luis
    Luis

    Muchas gracias por vuestra aportación.

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