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NÚMERO 8

Dosier

¿Qué queda en pie hoy del pensamiento de Kant?

La actualidad del filósofo 300 años después

¡Atrévete a pensar! ¡Atrévete a pescar!

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En esta entrada Magdalena explica por qué el Atrévete a pensar kantiano tiene que ver con un ¡atrévete a pescar!. Ilustración a partir de la silueta de Kant de Wellcome Images, una web operada por Wellcome Trust. Wellcome Images images@wellcome.ac.uk http://wellcomeimages.org Published: - Bajo licencia Creative Commons CC BY 4.0

En este texto, Magdalena Reyes explica por qué el ¡atrévete a pensar! kantiano tiene que ver con un ¡atrévete a pescar! Ilustración a partir de la silueta de Kant de Wellcome Images, una web operada por Wellcome Trust. Wellcome Images images@wellcome.ac.uk http://wellcomeimages.org Published: - Bajo licencia Creative Commons CC BY 4.0

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Entre febrero y marzo de 1984, cuando no le quedaba demasiado tiempo de vida, Michel Foucault dictó lo que fue su último curso en el Collège de France, titulado El coraje de la Verdad. Era una especie de continuación de su seminario del año anterior acerca de El gobierno de sí y de los otros, en el que examinó la concepción de la vida política de los primeros filósofos de la antigüedad griega, reflexionando en torno a las diversas prácticas que garantizaban una vida buena para los ciudadanos de la polis ateniense. Retomando la antigua noción de parrhesía (el hablar franco o decir veraz), Foucault evoca la preeminencia concedida a la reflexión y la búsqueda de la verdad, como formas del cuidado de sí y de los otros, por parte de los padres de la filosofía occidental, para quienes una vida plena y feliz era llanamente impensable sin la contemplación y puesta en práctica de esa actitud inquisitiva: se inspiraba en el inmortalizado por Sócrates “Conócete a ti mismo”.

En efecto, para los antiguos, el cuidado y conocimiento de sí eran inseparables, y así su desconcierto sería enorme si comprobaran cómo se concibe y practica el cuidado de uno mismo hoy. De cara a una creciente devaluación de la introspección y del diálogo con eso que los griegos llamaban daimon o voz interior, en este mundo contemporáneo recurrimos a recetas y mandatos impuestos desde una exterioridad que persigue la regularidad, objetividad y universalización del bienestar o vida buena y feliz para los seres humanos. Podemos vernos a nosotros mismos como pescadores de eso que Aristóteles llamó Bien supremo o felicidad. Y en esta insigne búsqueda, hoy generalmente recurrimos y respondemos a la voz de muchos y variados “expertos”. Obedecemos, sí, a los que “saben”: como pescadores empuñamos la caña y lanzamos el anzuelo en puntos pre-determinados donde el pique es tan accesible y homogéneo como botellas de refresco en un supermercado. Todo esto, sin reparar en la responsabilidad que nos concierne en el deber tomar una decisión acerca de si el refresco es lo que realmente queremos.

Como pescadores a la búsqueda de lo que Aristóteles llamó Bien supremo, lanzamos el anzuelo en puntos pre-determinados donde el pique es tan accesible y homogéneo como botellas de refresco en un supermercado. No nos paramos a pensar si es el refresco lo que realmente queremos

Conviene recordar en este punto cómo Heidegger denunció la tan humana disposición hacia una existencia inauténtica, guiada por el “se dice” y determinada pasivamente por la exterioridad de la norma o la creencia compartida y arbitraria. “El miedo a la libertad”, parafraseando a Erich Fromm, es una de las causas por la cuales la gran mayoría de los seres humanos transita el camino de la vida inauténtica. Esta tendencia humana, demasiado humana, es desafiada por la más excepcional apuesta por una existencia auténtica, guiada por la arrogación de una libertad responsable derivada de un saber que es uno mismo el que elige, crea y legitima su propio ser y estar en esta vida. Esta libertad a la cual refiere la corriente existencialista, e implícita en el concepto de parrhesía reanimado en el pensamiento de Foucault, está íntimamente vinculada con la angustia de sabernos responsables tanto de nuestro saber como de nuestra ignorancia, y así de asumir el riesgo de aventurarnos en la búsqueda de esa verdad que podemos hacer propia, y que guiará la toma de decisiones que nos disponen y, tanto en el acierto como en el error, hacen a una existencia auténtica.

Como pescadores, nos resistimos a ponernos la caña al hombro y salir en busca de ese punto que podemos identificar y sentir como propio. Las aguas poco profundas a las cuales nos dirigen las creencias de moda y las verdades masificadas –tan propias de la Sociedad de la transparencia que describe Byung Chul Han– donde podemos ver y prever lo que pescamos, son más prácticas y fáciles ganándose, así, nuestra apática condescendencia.

En la exhortación de Kant ¡Sapere aude! (¡Atrévete a pensar!), hay una alusión a ese coraje que Foucault plantea como condición categórica en el cuidado de sí y la búsqueda de la verdad.

Para leer el texto completo entra aquí.

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