Según la Real Academia Española, una quimera es un «monstruo imaginario que vomitaba llamas y tenía cabeza de león, vientre de cabra y cola de dragón». A estas alturas del siglo XXI, ¿seguimos creyendo en criaturas así? ¿Es posible generar este tipo de quimeras por una cuestión artística o terapéutica? La respuesta es afirmativa: no solo seguimos creyendo en ellas, sino que, además, trabajamos desde la ciencia o el arte para crear, modificar o alterar seres vivos con distintos propósitos.
La segunda acepción de la palabra nos revela algo más: es «aquello que se propone a la imaginación como posible o verdadero, no siéndolo». ¿Cabras-araña? ¿Conejos bioluminiscentes? ¿Embriones de mono y humano? En la actualidad, todo eso ya existe. La ciencia ficción no solo ha llegado, sino que se nos ha adelantado en muchos aspectos.
La FUNDEU (Fundación del Español Urgente) nos aclara que, en tecnología genética, el término «quimera» alude a un organismo con tejidos genéticamente diferentes. Según el Diccionario de términos biológicos de Sandra Holmes, nos dice la FUNDEU, desde hace tiempo, en biología, zoología y, particularmente, botánica se emplea con el significado de «organismo simple que se ha desarrollado de individuos diferentes, o compuesto de tejidos de dos genotipos distintos».
¿Os suena de algo? Tanta definición no es ociosa, se trata de tocar un asunto con serias implicaciones éticas y que nos deja un buen número de inquietudes filosóficas. Si bien es cierto que uno de los sueños más antiguos de la humanidad es el de crear artificialmente nuevas criaturas —la mitología clásica está plagada de ellas—, el siglo XIX nos dejó marcada la imagen de uno de los seres más fascinantes.
En 1816, Mary Shelley escribió Frankenstein, o el moderno Prometeo. Shelley y sus amigos seguían con sumo interés los experimentos realizados con descargas eléctricas en animales de Luigi Galvani —de hecho, habían asistido a varias de sus presentaciones— y especulaban sobre la posibilidad de dar vida a la materia muerta gracias a la electricidad.
¿Seguimos buscando nuevos prometeos? Hoy más que nunca, se hace más necesario un diálogo entre ciencia, filosofía y ética. ¿Hasta dónde podemos llegar? En el intento por «mejorar» al ser humano (para empezar, ¿qué entendemos por mejorar?) y ante el surgimiento de todo tipo de implantes, prótesis y otras modificaciones técnicas y tecnológicas, ¿no estaremos cayendo en la construcción de monstruos liberados y solitarios, como la misma criatura sin nombre del doctor Frankenstein?
En el intento por «mejorar» al ser humano y ante el surgimiento de todo tipo de implantes, prótesis y otras modificaciones técnicas y tecnológicas, ¿no estaremos cayendo en la construcción de monstruos liberados y solitarios, como la misma criatura sin nombre del doctor Frankenstein?
¿Quién es usted para alterar genéticamente un animal?
En una granja de la Universidad Estatal de Utah (Estados Unidos), un equipo de investigadores encabezado por el profesor de genética Randy Lewis ha logrado crear algo cercano a una quimera: una cabra-araña. En realidad, se trata de cabras que producen en su leche seda de araña, un material de alto valor comercial por su gran fortaleza (entre tres y cuatro veces más fuerte que el Kevlar) y elasticidad (mejor que el nailon), muy útil para fabricar chalecos antibalas, airbags, equipo deportivo y cuerdas de paracaídas1.
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