Lo afirmó, sin interrogaciones, el filósofo inglés Thomas Hobbes y, al analizar su famosa cita «El hombre es un lobo para el hombre», la filósofa Ana Carrasco empezó a tirar del hilo y comenzaron a salir conceptos e ideas sobre el peligro, el miedo, la vulnerabilidad, la protección… El resultado es este breve tratado de licantropía filosófica: Hobbes y los hombres lobo.
Ana Carrasco, profesora de la facultad de Filosofía de la Universidad Complutense de Madrid, hace en este reportaje una extensa reflexión acerca del origen de la famosa cita de Hobbes. Y, sorpresa, esta sentencia tiene antecedentes con un significado distinto al que creemos hoy. Todo lo que a continuación vas a leer es el análisis que Carrasco ha hecho a partir de la idea del hombre como un lobo para el hombre.

Otros contra mí, no junto a mí
Un cartel colgado en el dintel de entrada de una casa romana nos advierte del peligro que implica querer entrar, sin permiso, en una propiedad que no es la nuestra: “Cave canem”, es decir: “Cuidado con el perro”. Un perro guardián protege la morada para que nadie, sin autorización, entre. Ahora bien, ¿quién domesticó y educó a este perro? ¿A qué se educó exactamente y para qué? En primer lugar, a percibir siempre al otro, al extraño, como un peligro o amenaza. No en vano, Hobbes afirma en un conocido pasaje, que habría que comentar largo y tendido, que la emoción primera es el miedo. En segundo lugar –y dado que de peligro hablamos– se educaría para proteger(se) o, si a perros guardianes nos referimos, para atacar. Por si acaso.
Salir de la incertidumbre y de la inseguridad nos enfrenta a dos características del ser humano de inquietante combinación: que somos vulnerables (del latín vulnus, herida) y, al mismo tiempo, capaces de vulnerar (de herir) al otro. Porque siempre se trata, para Hobbes, de otros contra mí y nunca de otros junto a mí. Solo y sin comunidad, el hombre depende de sí mismo para sobrevivir y nada puede hacer que baje la guardia ante una alteridad amenazante: o huye del otro como cánido con la cola entre las patas o bien se lanza a su cuello como un predador, pero sea uno o otro, el resultado es siempre el rechazo y la disyunción “o él o yo”. Lógica fatal para instaurar un orden social. Así, por cierto, se define al miedo en el Leviatán: como una aversión, un rechazo, una tendencia a alejarse “de un objeto que va a dañarnos”. Y obsérvese la formulación de la cita: no es que pueda hacerlo, es que es un hecho que va a hacerlo. Este sería el motivo y no otro que explique, según Hobbes, que el hombre viva en sociedad: para cubrirse las espaldas.
No es que el hombre “hobbesiano” sea malo por naturaleza, una especie de fiera cruel y despiadada, sino que siempre busca su propio bien, y dado que en la naturaleza todos tenemos las mismas capacidades, aunque difieran entre los hombres cuantitativamente, todos aspiramos a lo mismo y luchamos por ello con los mismos violentos e imprevisibles medios en un enfrentamiento con el otro “frente” a mí: de ahí el también conocido bellum omnium contra omnes (“guerra de todos contra todos”). Frente a un hipotético estado de naturaleza (que históricamente nunca se dio) de permanente estado de peligro, el hombre desarmado y vulnerable, angustiado e inseguro ante la expectativa de un mal por venir, y de miedo recíproco, opta de este modo por transformar su naturaleza hostil es ciudadanía servil: “Hay que afirmar que el origen de las sociedades grandes y duraderas no se ha debido a la mutua benevolencia de los hombres, sino al miedo mutuo” (De Cive).
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