El capitalismo ha inundado todas las esferas de nuestra vida. En la sociedad de la exigencia se ha dejado de entender el valor de la felicidad y el desarrollo personal. El baremo económico de la productividad se ha trasladado a todos los aspectos de la existencia. El sentido perdido de nuestra vida tras la muerte de Dios y los valores cristianos ha sido secuestrado por un nuevo dios: el dinero. Ante esta sociedad, más filosofía, más autorrealización.
Por Alejandro Maldonado Rojo
Una sociedad que no evoluciona está condenada a la extinción, por la simple razón de que los individuos que la componen, en tanto que seres humanos, son seres dinámicos, cambiantes, en constante desarrollo y aprendizaje, pero eso no significa que todo cambio social sea bueno.
Como punto de partida conviene abordar el contenido de lo bueno en este contexto, para lo cual nos bastará rescatar la idea general que planteaba Freud en su obra El malestar en la cultura, en la cual la sociedad, a pesar de implicar un sacrificio de libertad por parte del individuo, es una construcción social que conlleva ventajas suficientes para que el individuo considere más fácil la supervivencia y su desarrollo en su seno que fuera de ella.
De este modo, podríamos definir una evolución buena de la sociedad como aquella que facilita la vida del individuo, esto es, por una parte su supervivencia en tanto que ser vivo, por otra el desarrollo y explotación de sus inquietudes y cualidades en tanto que individuo per se.
Ahora bien, ¿es la evolución de la sociedad occidental actual una evolución hacia lo bueno, una evolución a mejor? Entendiendo que en todas las sociedades, con independencia de su nivel tecnológico o de conocimiento, ha sido siempre determinante por necesidad las características de la producción de recursos, podemos analizar la evolución de la sociedad actual en términos de medios productivos.
En la sociedad actual, estos medios son dependientes del desarrollo de sistemas en red, no solo en el ámbito de la industria en que se ha implantado de manera generalizada la denominada industria 4.0 —que incorpora a la producción automatizada el registro automático de datos e incluso su análisis y diagnóstico en cada vez más circunstancias—, sino también a nivel social de tecnologías análogas que han democratizado la comunicación y presencia social del propio individuo. Ahora, el individuo puede tener un impacto similar o incluso mayor que determinadas multinacionales, obviando el hecho de que las propias plataformas como redes sociales que posibilitan esto son ellas mismas multinacionales.
Esto es una característica de un tipo de herramienta, en el sentido de un medio, útil o tecnología posibilitadora, pero es únicamente eso, un nuevo abanico de posibilidades, de potencialidades, que se expresan de determinada manera en función de la voluntad de aquellos que hacen uso de ella, y el contexto político, social y cultural en que se están aplicando estas herramientas en nuestro entorno es el que ha potenciado la evolución social en la dirección de la exigencia.
¿Es la evolución de la sociedad occidental actual una evolución hacia lo bueno, una evolución a mejor?
La sociedad de la exigencia surge en este entorno en que hay herramientas que permiten la presión bidireccional entre usuarios, empresas e incluso bots —para los menos familiarizados con la terminología, podemos definir un bot como un usuario virtual gestionado por un programa informático—, y se ejerce dicha presión porque el verdadero motor de estas herramientas es un esquema cultural que ha adoptado el capitalismo no solo como modelo económico, sino también como modelo filosófico.
Hace escasos días veía una publicación en LinkedIn en la que un usuario denunciaba que ni siquiera él mismo como creador de un entorno concreto de desarrollo web podía aplicar a una oferta de trabajo porque pedían cuatro años de experiencia en el mismo y él lo había creado hacía menos de dos. Esta es la consecuencia de la sociedad de la exigencia, la consecuencia de trasladar al nivel de modelo filosófico un sistema que solo entiende de productividad y dinero.
A partir de este ejemplo podemos imaginar qué presión estamos ejerciendo sobre el individuo. Hemos llegado al punto de pedir imposibles. Pero ¿qué conlleva exactamente esta exigencia? A pesar del amplio abanico de ideas en las que podríamos profundizar en este contexto, centrándonos en el objetivo del presente artículo (y sin pretender por ello restar importancia a los otros contenidos que desde este punto pueden explorarse), una exigencia es tanto la presión de cumplir un determinado objetivo como el objetivo mismo.
En otras palabras, no solo estamos pidiendo como sociedad un determinado nivel de productividad al individuo, sino que estamos imponiendo también un baremo para determinar qué es productivo y qué no. Como consecuencia, dado que nuestro modelo filosófico gira en torno a un sistema económico, es inevitable que la productividad se mida en dinero y en todo aquello capaz de producirlo.
Es aquí donde el individuo, cada vez peor formado por el desplazamiento de la filosofía en el seno de la propia sociedad, identifica felicidad y desarrollo propio con producción de capital económico tanto para sí como para los demás. Esta situación no se trata de algo restringido a las entrevistas de trabajo, sino al propio día a día. Sin ir más lejos no han sido pocas las veces que en una variedad de entornos me han preguntado por qué no vendo mis libros cuando doy una idea del tamaño de mi biblioteca personal. Esto es así porque en el discurso generalizado de la sociedad un libro no tiene más valor que el que pueda conseguirse vendiéndose.
Dado que nuestro modelo filosófico gira en torno a un sistema económico, es inevitable que la productividad se mida en dinero y en todo aquello capaz de producirlo
En la sociedad de la exigencia en la que estamos envueltos se ha dejado de entender el valor de la felicidad y el desarrollo personal, el crecimiento como individuos, y hemos aprendido a anularnos y someternos a un baremo de productividad económica, y lo peor es que esto ni siquiera es nuevo.
Del mismo modo que Nietzsche mató a Dios cuando este representaba la antigua moral y los esquemas de valores anacrónicos a la Europa del XIX; nosotros no solo no hemos logrado ser el niño del übermensch que reclamaba en Así habló Zaratustra, sino que hemos llenado el hueco con una nueva deidad: el dios Dinero.
Ese hueco, más que quedar vacío en un nihilismo permanente, debería haberse sabido llenar con la vida misma y todo lo que hace que esta se exprese. Pero, para eso, hay que dejar de ser camellos y ni siquiera distinguimos un camello asiático de un dromedario.
Estamos repitiendo batallas dialécticas, ya viejas, porque como sociedad las desconocemos. La sociedad evoluciona, pero si en esa evolución la referencia es el dinero, se evoluciona para las empresas. La sociedad evoluciona, pero no para el individuo. La sociedad evoluciona, pero no para nuestro ya definido bien.
Y seguirá siendo así mientras nuestra sociedad sea más la de la exigencia que la de la autorrealización, mientras sigamos ganando tiempo libre y forcemos al individuo a dedicarlo al crecimiento de su currículo y su proyección profesional, mientras lo sigamos alejando del crecimiento personal, del desarrollo de su humanidad y su autoconocimiento. En fin, mientras sigamos olvidando ese tan necesario γνωθι σεαυτόν —conócete a ti mismo—.
La sociedad evoluciona, pero mientras la filosofía siga sin ser algo de todas las personas que la integran, mientras siga siendo algo para las pocas personas eruditas incomprendidas que para el resto del mundo solo se dedican a resucitar textos incomprensibles en griego antiguo y latín para entornos académicos, seguiremos criando camellos, domesticando leones y silenciando niños hasta que mueran de viejos.
Pido que las personas volvamos a ser personas y que nuestra exigencia no sea más que la de crecer hacia aquello que nos llena, dentro de un esquema moral que impida llevarnos a otros por delante
Mientras esto ocurra, seguiremos convirtiendo nuestro mundo en un lugar para consumistas infelices que ni siquiera conocen el lugar de la felicidad. No pido una revolución, ni un golpe de Estado, ni un cambio en el orden mundial; pido, sencillamente, desterrar al capitalismo de lo filosófico, limitar su acción a lo económico, al universo paralelo de las empresas, que tenga su cabida. ¿Por qué no?
Que en lo filosófico haya filosofía y no moneda. Pido que las personas volvamos a ser personas y que nuestra exigencia no sea más que la de crecer hacia aquello que nos llena, dentro de un esquema moral que impida llevarnos a otros por delante. Que seamos felices y dejemos que los demás lo sean. Solo pido que nos demos cuenta de que esta sociedad de la exigencia no es la sociedad del individuo, y que como tales encontremos nuestro sitio. Contra la exigencia, por la vida, filosofemos.
Sobre el autor
Alejandro Maldonado es escritor. Ha publicado varias novelas, poemarios, un relato corto y un ensayo. Además, es profesor de un curso de técnicas de creatividad. Para más información, véase su página web.
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