Suscríbete

AHORA LA REVISTA
TAMBIÉN EN VERSIÓN DIGITAL

Dosier

En busca del sentido de la vida

Frankl, Nietzsche, Zambrano, Nussbaum
y otros pensadores

La inteligencia artificial piensa por nosotros: sobre saberes, sesgos y repeticiones

La inteligencia artificial no solo automatiza tareas, también reconfigura las formas en que las sociedades piensan y acuerdan lo que consideran verdadero. A través de repeticiones, sesgos y procesos de entrenamiento, los modelos generativos inciden en la conciencia colectiva.

0 comentarios

Ilustración de una mano de robot tocando la cabeza de una persona. Diseño extraído de Freepik (licencia CC).

Diseño de Freepik (licencia CC).

0 comentarios

La conciencia colectiva

La conciencia colectiva puede considerarse como una especie de macroproyecto a largo plazo que cada sociedad va construyendo progresivamente. En principio, es un concepto más sociológico que filosófico, aunque la filosofía tiene mucho que decir en este tema.

En teoría, la conciencia colectiva modela nuestro sentido de pertenencia e identidad a un colectivo y también nuestro comportamiento. Quizá su idea comenzó a fraguarse en el siglo XVIII, cuando el filósofo Jean-Jacques Rousseau utilizó el término de «voluntad general». Posteriormente, varias aportaciones fueron ampliando y refinando este concepto, especialmente aquellas relacionadas con el estudio de la psicología de masas y la noción del alma colectiva de un grupo social.

El impulsor de la conciencia colectiva

Pero fue el sociólogo francés Émile Durkheim, a finales del siglo XIX, quien la desarrolló significativamente hasta acercarla a su definición más contemporánea: un conjunto de creencias, ideas, actitudes morales o conocimientos compartidos que funcionan como una fuerza unificadora dentro de la sociedad. Según Durkheim, los individuos se agrupan en unidades colectivas y la sociedad llega a existir porque estas personas se sienten solidarias entre sí, consiguiendo que esas sociedades sean más funcionales.

Durkheim afirmaba rotundamente que la conciencia colectiva es la fuente de esta solidaridad. La condición necesaria para su formación es que existan esas conciencias individuales, aunque no es condición suficiente. Añadió que la conciencia colectiva es distinta de la individual y, generalmente, predomina sobre ella.

En su obra La división del trabajo social, Émile Durkheim diferencia las sociedades tradicionales de las industrializadas. En las primeras, la religión desempeña un papel muy importante, uniendo a sus miembros por medio de la creación de una conciencia común; los contenidos de la conciencia de un individuo son ampliamente compartidos por otros individuos, dando lugar a lo que denominaba una solidaridad mecánica, modelada gracias a la afinidad mutua. En el segundo caso observó que funcionaba a través de una división del trabajo, por lo que surge una solidaridad orgánica basada en la confianza.

La conciencia colectiva, desarrollada por Durkheim, es un conjunto de ideas y valores compartidos que une a la sociedad. Evoluciona desde la solidaridad mecánica de las sociedades tradicionales hacia una solidaridad orgánica en las sociedades modernas, basada en la cooperación

Un concepto en desarrollo

Profundizando en esta línea, el sociólogo inglés Anthony Giddens pensaba que las conciencias colectivas difieren en cuatro dimensiones: volumen (cantidad de personas que comparte una misma conciencia colectiva), intensidad (el grado en que la sienten sus miembros), rigidez (los niveles de definición) y contenido (la forma que adopta entre extremos de la sociedad).

William McDougall, un psicólogo inglés, añadió otra reflexión: el pensamiento y la acción de cada miembro de una sociedad puede ser muy distinto del pensamiento y la acción de cada miembro aislado.

El filósofo Edmund Husserl, uno de los padres de la fenomenología, plantea una interesante cuestión: ¿qué sucede cuando se observa una noche estrellada, pero no se contempla ni una sola estrella, sino múltiples estrellas? Husserl explicó que los conjuntos están constituidos por un enlace colectivo, que tiene la función de unir a los objetos que advertimos con los otros objetos de los que tenemos conciencia como de fondo.

Por último, Carl Jung amplió la definición de conciencia colectiva hacia una versión más en línea con el psicoanálisis.

SI TE ESTÁ GUSTAND0 ESTE ARTÍCULO, TAMBIÉN TE PUEDE INTERESAR…

Fábricas de inteligencia

En cualquier caso, la conciencia colectiva podría ser una forma más de conocimiento en un escenario heterogéneo. Ahora un nuevo actor va entrando en escena: la IA.

ChatGPT de la compañía OpenAI no necesita presentación: es el que ha conseguido acercar la inteligencia artificial (IA) al gran público. Su gran éxito estriba en generar textos relativamente persuasivos y coherentes, de forma que al usuario le parece estar interaccionando con una persona y no con una máquina. Es esa respuesta con aparente capacidad retórica de la IA uno de los factores que más fascina al interlocutor, consiguiendo transferir su mensaje con confianza y credibilidad. Por supuesto, esa persuasión puede suponer un riesgo si la respuesta es errónea, siendo aconsejable una dosis de escepticismo, evaluando la calidad o falsedad de sus respuestas.

ChatGPT es un modelo de IA generativa, pero hay gran diversidad de modelos y propuestas de la IA que se manifiestan en productos funcionales muy distintos. Por ejemplo, a nivel industrial, viene utilizándose con éxito durante años el denominado machine learning (ML), basado en su capacidad para identificar patrones en datos masivos y elaborar predicciones.

Es muy útil para el mantenimiento preventivo en las fábricas, pudiendo detectar componentes de una máquina que comienzan a presentar síntomas de fatiga o disfuncionalidad (vibraciones o temperatura excesiva, etc.); advierte con tiempo suficiente como para poder intervenir de forma precisa, sin necesidad de parar la producción. Otras aplicaciones exitosas que utilizan distintos modelos son los sistemas de visión, ya sea identificando imágenes o detectando defectos de fabricación en una línea de producción.

Jen-Hsun Huang, CEO de Nvidia, el principal fabricante de chips de IA, califica a los potentes centros de datos de IA en la nube como verdaderas «fábricas de inteligencia». Define a la IA en cuatro categorías, que se van desplegando progresivamente: perceptivas (lenguaje, imágenes, reconocimiento, etc.), generativas (creación de contenido), agentes (generador de programas, servicio al cliente, atención de pacientes, etc.) y físicas (vehículos autónomos, robots, etc.).

No obstante, si nos centramos en la IA generativa, sus modelos son similares a unas redes neuronales interconectadas; no se programan con reglas explícitas, sino que aprenden de millones de ejemplos. Esta fase de aprendizaje es clave para después desplegar con éxito toda su funcionalidad.

Muchas propuestas están basadas en el denominado «gran modelo de lenguaje» o LLM (large language model) y pueden ofrecer ensayos, diagnósticos o programas informáticos, entre muchas opciones.

Básicamente, un LLM calcula las probabilidades de que cierta palabra siga a la cadena de palabras que le precede. Así se generan frases, párrafos y textos completos. Cuantos más datos se utilizan en el entrenamiento, mejor son las respuestas. Para mejorar en determinados ámbitos, incluso se puede introducir una capa extra denominada refuerzo del aprendizaje.

En cualquier caso, la IA generativa se beneficia de disponer de una base ingente de datos privilegiada y poder capitalizar ese conocimiento en sus respuestas. En síntesis, accede a buena parte de todo el conocimiento acumulado en la historia de la humanidad. Puede utilizar fuentes de texto, imágenes, vídeo o audio, por ejemplo. No tiene limitaciones de memoria, si se compara con los humanos.

La IA produce respuestas estadísticas, aunque sin comprender los conceptos, intenciones o implicaciones del mensaje que genera. En consonancia con los humanos que generaron esos textos, la IA también puede ofrecer respuestas con sesgos pronunciados.

Hay múltiples propuestas para la mejora de la IA generativa como, por ejemplo, utilizar modelos híbridos, basados en LLM junto a otras opciones, así como incorporar capas extra que aporten ciertas ventajas, como los denominados modelos de razonamiento y cadenas de pensamiento. En este caso, el sistema es más lento a cambio de obtener más precisión en su respuesta. Otras posibilidades de mejora pasan por diluir el efecto de caja negra en sus algoritmos (una mayor visualización y comprensión de cómo genera sus respuestas) o utilizar menos capacidad de proceso y energía.

La conciencia colectiva sigue evolucionando con aportes de Giddens, McDougall, Husserl y Jung. Hoy, la inteligencia artificial, especialmente los modelos generativos como ChatGPT, plantea nuevas formas de conocimiento compartido, con enormes posibilidades (y riesgos)

Un escenario complejo

Tal como se ha apuntado, la IA se convierte en un nuevo actor que irrumpe en el escenario de un determinado grupo social compuesto por individuos, aunque quede enmarcada en segundo término. En este contexto, las máquinas ayudan e influyen, a través de distintas funcionalidades, en cada individuo, desde abajo hacia arriba, hasta alcanzar impacto a nivel de grupo o comunidad (bottom-up). Las máquinas son capaces de efectuar aportaciones provenientes de su amplia base de datos de aprendizaje o quizá de nuevas versiones generadas sintéticamente.

Por supuesto, el proceso de formación de una conciencia colectiva es lento e imperceptible, con inercias acusadas, que incluso le pueden conferir una sensación de perpetuidad. Tradicionalmente, se podría asimilar como una sucesión de múltiples aportaciones en el transcurso del tiempo para construir de forma incremental esa conciencia colectiva.

Quizá la IA pueda inducir a acelerar o catalizar propuestas (a través de los individuos), para engrosar ese relato colectivo. Se pueden intensificar ciertos aspectos o distorsionarlos sensiblemente. Al fin y al cabo, tradicionalmente, ciertas aportaciones a la conciencia colectiva se comportan como resonancias culturales que, a fuerza de repetirse, acaban sonando como verdades. Al final, se refuerza repitiendo.

En este sentido, conviene recordar las palabras del filósofo y lingüista norteamericano George Lakoff: entendemos las situaciones en términos de nuestro sistema conceptual, de forma que las verdades son relativas.

La IA influye desde lo individual hacia lo colectivo, acelerando la formación de una conciencia compartida. Puede reforzar o distorsionar narrativas culturales, que, como advertía Lakoff, se construyen desde marcos conceptuales donde las verdades son siempre relativas

La metáfora booleana

Leibniz (filósofo, matemático y mucho más) fue uno de los precursores del álgebra en el siglo XVII. Posteriormente surgió la lógica booleana como una rama del álgebra, utilizada con éxito para realizar búsquedas precisas en bases de datos, en la teoría de conjuntos y en otros ámbitos. Los operadores booleanos conectan términos que amplían o limitan los resultados de una búsqueda, optimizando así la obtención de información específica.

Con la intención de explorar, de forma superficial y descriptiva, algunas posibilidades operativas de la IA, se podría aplicar la lógica booleana como una capa de razonamiento en un modelo LLM, con el fin de acotar la búsqueda hacia determinados aspectos y aportar contexto, logrando así resultados más relevantes.

En este ámbito, la conciencia colectiva sería equivalente a un subconjunto de elementos pertenecientes a un conjunto más amplio, compuesto por las experiencias, conocimientos y creencias individuales de un determinado grupo social. Este grupo funcionaría como una especie de gran base de datos distribuida, con una copia potencial en cada individuo. Por ejemplo, el operador de intersección condicional (AND) podría aplicarse como filtro sobre un número significativo de conciencias individuales, con el fin de identificar el subconjunto común entre ellas, es decir, la conciencia colectiva.

Aunque este marco es una entelequia, sirve como base para explorar posibilidades futuras. Los algoritmos de la IA podrían detectar elementos comunes que aún no están integrados en ese subconjunto de la conciencia colectiva, e inducir su incorporación. También podrían introducir elementos no tan comunes —excluidos del resultado del operador AND— que, a fuerza de repetirse, configuren una nueva versión de conciencia colectiva.

Quizá eso refuerce rasgos como el narcisismo, la agresividad o contribuya a perpetuar ciertos sesgos y seudoverdades. Adicionalmente, los resultados podrían ajustarse teniendo en cuenta las cuatro dimensiones de Giddens: volumen, intensidad, rigidez y contenido. Incluso parte de esa nueva conciencia colectiva podría llegar a configurarse a partir de una propuesta sintética generada por la propia IA.

La lógica booleana aplicada a modelos de lenguaje permite acotar resultados mediante operadores. Si se piensa la conciencia colectiva como intersección de conciencias individuales, la IA podría detectar, reforzar o introducir elementos en ese conjunto, transformándolo progresivamente

Eclosión de inteligencias artificiales

Obviamente, la conciencia colectiva no puede describirse como un mero subconjunto sobre el que se aplica una operación AND, y ya está. La IA no tiene acceso directo a las conciencias individuales, pero sí a múltiples perfiles, hábitos personales y un gran número de relatos sociales y colectivos generados por esa comunidad.

Pero aun así, ¿de qué IA estamos hablando? Como se ha comentado, existen múltiples tipos de inteligencia artificial, muchas de ellas desarrolladas desde iniciativas privadas que compiten entre sí en el mercado. Sus potenciales influencias pueden sumarse, anularse, quedar atenuadas o incluso resultar irrelevantes.

A nivel empresarial, muchas compañías están implantando proyectos de IA en áreas funcionales diversas (fabricación, ventas, logística, etc.), con el objetivo principal de aumentar la productividad. Sin embargo, los resultados esperados tardan en aparecer, y algunas cuestiones siguen sin resolverse.

El responsable de IA en una empresa comprueba que hay versiones de inteligencia artificial muy visibles —especialmente aquellas en las que la compañía ha invertido directamente— y otras más discretas, integradas por terceros en otros productos. A la vez, sus aplicativos interactúan con múltiples herramientas que también contienen IA integrada por otras empresas: desde procesadores de texto hasta bots de atención al cliente o bases de datos.

En definitiva, asistimos a una eclosión de inteligencias artificiales distintas que comparten un mismo entorno, con propósitos diversos y, en ocasiones, incluso contradictorios. Muchas de ellas ni siquiera son reconocidas por la propia empresa que las utiliza. Por tanto, aunar objetivos, conseguir cierto sincronismo o evitar desfases de propagación entre distintas IA no es una tarea sencilla. Si esto ya ocurre en un entorno relativamente controlado como el empresarial, no digamos lo que puede suceder a nivel de grandes colectivos en un espacio abierto y a gran escala.

A partir de aquí, para simplificar, cuando hablemos de «la IA» nos referiremos a un término amplio que engloba múltiples alternativas y posibilidades.

SI TE ESTÁ GUSTAND0 ESTE ARTÍCULO, TAMBIÉN TE PUEDE INTERESAR…

Los procesos y la conciencia colectiva

Estamos acostumbrados a pensar la tecnología en clave de objetos: materiales (un taladro, una pantalla) o inmateriales (software, datos). En este sentido, solemos asociar la IA con una cosa: un ordenador, un centro de datos, un robot, un software o un coche autoguiado, entre otros. Esta visión no ha cambiado demasiado desde los tiempos de Platón, quien, desde una perspectiva metafísica, concebía el mundo como un catálogo de objetos y sustancias.

En filosofía ha sido frecuente reflexionar sobre las cosas, pero también interesa analizar lo que las cosas hacen. Esta segunda vía es conocida como filosofía del proceso. En ella, el mundo no es una colección de objetos, sino un proceso de devenir (más que de ser). Ya en la filosofía presocrática hay rastros de esta perspectiva, como el flujo radical propuesto por Heráclito. Posteriormente, el enfoque continúa en el idealismo de Hegel y en el pragmatismo de James, Dewey o Peirce.

Un ejemplo claro de filosofía del proceso se encuentra en las ideas de Alfred North Whitehead y Henri Bergson. Whitehead defendía que la realidad consiste en procesos más que en objetos materiales. Bergson, por su parte, hablaba del tiempo como duración, distinguiendo entre el tiempo vivido —inseparable de la experiencia— y el tiempo científico, entendido como una medida meramente cuantitativa. Curiosamente, Whitehead también fue matemático y realizó aportaciones al álgebra y la lógica.

La filosofía del proceso se adentra en la metafísica como teoría general de la realidad. Se centra en lo que existe y en los términos en los que esa realidad debe comprenderse y explicarse. Las entidades y las experiencias forman parte de ese devenir. En este marco, la IA deja de ser una cosa para convertirse en una narrativa o en una colección de narrativas que se vinculan con otras. De hecho, en muchos procesos, las dos versiones del tiempo (medida y vivencia) confluyen: la IA se asocia tanto a una medición como a una experiencia.

El filósofo neerlandés Peter-Paul Verbeek, en la línea de la posfenomenología, plantea la filosofía de la tecnología como un análisis empírico de las tecnologías. En lugar de crear un marco para analizar las características universales de cada tecnología, parte de la propia tecnología como punto de inicio.

Lo ilustra con el ejemplo de una ecografía obstétrica: una imagen generada a partir de múltiples ecos de retorno, presentada en un formato visual arbitrario pero familiar (podría mostrarse de otros modos). Esa imagen puede dar lugar a decisiones trascendentales. Además, recuerda que no vemos al feto y a la madre por separado, sino al feto en un entorno.

Siguiendo esta línea, la formación de la conciencia colectiva también podría analizarse como el resultado de múltiples procesos —políticos, religiosos, económicos, etc.—, todos ellos dinámicos y en transformación. La IA formaría parte de ese entorno de flujos complejos, lo que abre nuevas vías de análisis a futuro. Se trataría de entender todo esto como una narrativa (otro proceso más) que emerge de otros procesos y relatos.

Aunque la IA se dirige al individuo, también cabe pensarla como un potencial co-narrador de la historia. Por ejemplo, si llegara a influir en las decisiones de los individuos —induciéndolos a comprar ciertos productos mediante recomendaciones ajustadas a su perfil estadístico— podría modificar la historia personal de ese consumidor. También los gobiernos podrían emplear la IA para promover ciertas ideas favorables a sus intereses, ya sea en su propio país o en otros, utilizando redes sociales, bots, clics publicitarios u otros recursos para difundir mensajes.

Algunas de estas ideas podrían acabar consolidándose en relatos sociales. Siguiendo la analogía de la montaña, podrían constituir un campo base desde el que ascender hacia una cumbre: quizá una versión de conciencia colectiva.

La inteligencia artificial no es una entidad única ni homogénea, sino una constelación de sistemas diversos que operan simultáneamente con propósitos distintos y a menudo opacos. Al integrarse en procesos complejos y narrativos, la IA influye sobre hábitos, relatos sociales y formas emergentes de conciencia colectiva

La IA puede desplegarse a través de múltiples canales en la sociedad. En un contexto de aceleración tecnológica, se vuelve aún más difícil gestionar sus limitaciones y efectos adversos, así como articular una integración significativa con los seres humanos.

Una normativa o un código de buenas prácticas no basta para prevenir los efectos indeseados de la IA, como el refuerzo de formas existentes de opresión o la promoción de la codicia y la explotación. Para que estos sistemas contribuyan al bien común, es necesario identificar y enfrentar sus sesgos y limitaciones estructurales, y diseñarlos de forma que sean más transparentes, responsables y alineados con valores éticos.

Adoptar una perspectiva relacional permite cuestionar la premisa de que la IA está totalmente separada de la experiencia y la conciencia humanas. Desde esta óptica, los sistemas de IA no son entidades externas, sino que están ya integrados en procesos sociales más amplios. Esta comprensión puede facilitar el desarrollo de tecnologías que respondan mejor a las necesidades y valores humanos, en lugar de regirse exclusivamente por la lógica del beneficio o la eficiencia.

Aflorar las contradicciones

Si Theodor W. Adorno despertara en plena era de la IA, probablemente reafirmaría muchas de sus tesis. Sostenía que una sociedad que contradice su propio concepto —la humanidad— no puede tener conciencia plena de sí misma. En su concepción de la dialéctica, no hay una síntesis conciliadora que resuelva las tensiones: las contradicciones persisten, visibles y sin resolver, en la propia realidad.

Desde una perspectiva crítica, esto implica la necesidad de visibilizar las contradicciones generadas por la integración de la IA en la vida social, sin ocultarlas ni neutralizarlas. Es precisamente el flujo dialéctico lo que permite que esas tensiones emerjan, se piensen y se discutan colectivamente.

Émile Durkheim, por su parte, defendía la idea de conciencia colectiva: una dimensión de lo social que trasciende al individuo y configura nuestros pensamientos y acciones. Aunque su visión puede parecer excesiva, sigue siendo útil para pensar cómo se construye —y se disputa— esa conciencia común. La IA, al amplificar ciertas tendencias y sesgos, influye de forma creciente en este proceso colectivo.

¿Quién controla esta dinámica? ¿Quién se beneficia? No hay una única respuesta. Empresas privadas, instituciones públicas, colectivos diversos: todos participan, con intenciones que oscilan entre el interés propio, la ingenuidad y una amplia gama de posiciones intermedias.

La inteligencia artificial no actúa de forma neutral: está imbricada en procesos sociales, reproduce contradicciones estructurales y moldea la conciencia colectiva. Pensarla críticamente exige visibilizar sus tensiones, enfrentar sus sesgos y orientarla hacia fines éticos compartidos

Mitigar lo inevitable

Resolver todos los efectos negativos de la IA es improbable, pero sí pueden desarrollarse estrategias para atenuarlos. Existen múltiples vías aún por explorar o en proceso de desarrollo. Algunas de ellas incluyen:

  • Reforzar los marcos jurídicos y éticos;
  • Fomentar organismos de estandarización;
  • Garantizar la independencia de los comités de vigilancia;
  • Promover el intercambio de información entre entidades de monitoreo;
  • Establecer auditorías independientes en aplicaciones críticas;
  • Incentivar el uso de modelos abiertos y explicables (XAI);
  • Proteger con mayor rigor los datos y la privacidad;
  • Elevar la alfabetización tecnológica de la población;
  • Fiscalizar las bases de datos de entrenamiento;
  • Etiquetar los contenidos generados o modificados por IA;
  • Mejorar la gobernanza en empresas e instituciones.

Incluso la propia tecnología puede ser parte de la solución: por ejemplo, sistemas compuestos por tres modelos distintos de IA que cotejan sus resultados en una forma de votación implícita, o tecnologías capaces de detectar automáticamente si un contenido ha sido generado o manipulado mediante IA.

Contra la fe ciega en el progreso

La IA puede ofrecer beneficios significativos. Sin embargo, Adorno —como otros filósofos— advirtió sobre el peligro de una confianza ciega en el progreso científico. El conocimiento, decía, no debe perseguirse como fin en sí mismo, sino estar vinculado a un proyecto de emancipación humana. Una idea sencilla de formular, pero difícil de llevar a la práctica.

Sobre el autor

Xavier Alcober Fanjul nació en Barcelona, es ingeniero y consultor y un apasionado de la filosofía. Tiene experiencia en docencia técnica e implantación de aplicaciones de automatización industrial. Ha publicado múltiples artículos en medios técnicos y también ha participado en distintos foros de tecnología.

Otros artículos que te pueden interesar

Deja un comentario