A pesar de que intercambiamos información todos los días con decenas de personas, no siempre nos detenemos en indagar las razones que hemos tenido para aceptar o rechazar el conocimiento transmitido. ¿Cómo comunicamos la información? ¿De qué mecanismos disponemos para determinar si la información es verdadera o falsa? ¿Cómo se establece la relación de veracidad entre la hablante y la oyente?
El filósofo Jesús Mosterín distinguió en los animales superiores dos sistemas procesadores de información: el genoma y el cerebro. El genoma procesa la información de un modo lento, pero su información es extraordinariamente fiable; el cerebro, por su parte, es infinitamente más rápido, pero resulta menos fiable y eficiente para comunicar información (nos podemos olvidar de algo, recordar mal eso que queremos comunicar, etc.).
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