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¿Por qué comida y filosofía están íntimamente unidas?

La filósofa Valeria Campos nos dice que comida y filosofía van de la mano y nos habla de la actividad de comer como un asunto que puede pensarse filosóficamente. Pese a ser tan cotidiana, la autora de «Pensar/comer. Una aproximación filosófica a la alimentación» plantea que la filosofía no se ha preocupado suficientemente de ella. Pero la alimentación ha permeado todos los aspectos de la vida, y también la disciplina filosófica.

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«pensar/comer» es el último libro de Valeria Campos. En él, ofrece un análisis filosófico de la alimentación. Imagen extraída de Freepik.

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No se puede comer sin pensar

Como plato de entrada, el título de Pensar/comer. Una aproximación filosófica a la alimentación, de Valeria Campos, nos pone de inmediato en el hecho de que no se trata de pensar por un lado y de comer por el otro, como si cotidianamente pudiésemos escoger hacer lo uno o lo otro. Por el contrario, este exquisito plato de entrada nos invita a descubrir que pensar/comer son acciones cotidianas que no pueden realizarse tan separadamente.

Comida y filosofía
Pensar/comer, de Valeria Rocío Campos Salvaterra (Herder Editorial).

Tal vez hay momentos en la vida en los que no somos conscientes ni de que estamos pensando ni de que estamos comiendo. Pero el punto es que para pensar hay que alimentarse, y para una «buena» alimentación hay que pensar. De suerte que el título del libro, como plato de entrada, es primeramente una invitación a hacernos conscientes no solo de qué es y cómo es lo que comemos, sino que también es una invitación a descubrir, a pensar, las implicancias que tiene en nuestra sociedad actual el hecho de que todo, todo el mundo necesita comer, pero más importante aún, necesita alimentarse.

Esto significa, como muy bien hace notar la autora, que una de las principales características que compartimos como humanidad es que comemos/pensamos, sin haber digerido aún este título. Y esa es su gracia: que sea un proceso de digestión lento; porque la historia de esta relación entre pensar/comer es de lenta ingesta, hay que rumiar sus conceptos para poder digerir pausadamente.

Así, por ejemplo, nos llega a la mesa un Platón que, con un sabor más bien agrio y con textura acentuada e intensa, hace que de buenas a primeras sea un poco difícil de tragar. Es que claro, nos presenta su república ideal en donde el cocinero queda expulsado de ella. Porque en esta república, que es un «Estado sano» para Platón, el alma tiene la función principal de gobernar, entre otros, sobre el cuerpo.

Porque el cuerpo, «la cárcel del alma», siente deseo y placer, y las consecuencias de desbordar los placeres corporales puede ser una catástrofe para el Estado, para la república, la puede convertir en un «Estado afiebrado». Para que esto no ocurra, es decir, para que al Estado no le dé fiebre, es el médico quien tiene que cocinar. Cuando lo hace (a través de sus pócimas, alimentos naturales detenidamente seleccionados y medidas exactas para cada caso), produce salud.

Cuando el cocinero cocina, produce placer. Pero nos dice Campos: el cocinero expulsado de la república ideal podría ser el mejor médico, pues no sólo daría una pócima terapéutica, sino que, además, sería sabrosa.

Pero como la historia de esta relación no empieza bien, el cocinero termina igualmente fuera de la república, pues solo reproduce un hábito pero no un saber, no es necesario saber para repetir. Valeria Campos le reclama a Sócrates y con nutritivas palabras le dice: «Sócrates, por favor, dale más sabor a tu república que comer es también es gozar».

Pero bien, finalmente este plato de entrada tiene que acabarse, así que traguemos rápido a Platón y digamos qué nos gustó de él: en primer lugar, si la buena salud de los ciudadanos que pertenecen a un Estado depende, entre otras cosas, de la alimentación, esto supone pensar la relación alimentación/Estado de ahora en más para siempre.

Pero, igualmente, en segundo lugar, nos gusta que Platón haya expulsado al cocinero de la república porque Valeria Campos pudo incorporarlo a ella y darle a la cocina, por fin, un estatus de saber; hacer una filosofía de la alimentación y con ello también pensar la relación pensar/comer de una manera crítica, pues, si la función propia del hombre, en el decir de Platón, es gobernar, quien gobierna un estado decide cómo y qué comemos sus ciudadanos.

De manera que la alimentación, el comer, se basa en un régimen, una norma, que tiene consecuencias no menores a la hora de actualizar el pensamiento platónico y sobre lo que Valeria Campos en pensar/comer nos hace reflexionar con una agudeza tremenda y buenos ejemplos al respecto.

Pero la cena continúa y, acabado el plato platónico, y antes de que venga el plato principal, pensamos en la frase ya a esta altura bien famosa: «Somos lo que comemos». Si esto es cierto, y somos nuestros alimentos y nuestros alimentos terminan siendo parte de nosotros, y nos comimos recién a Platón, ¿acaso ahora nos convertimos en él?

Hay momentos en la vida donde no somos conscientes ni de que estamos pensando ni de que estamos comiendo. Pero para pensar hay que alimentarse, y para una «buena» alimentación hay que pensar

Comida y filosofía: de Platón a Nietzsche

Como bien nos cuenta Valeria Campos, esta sentencia se formuló en una «ley de ingesta» que se convirtió, a su vez, en un «principio de incorporación». Si nosotros, humanos, estamos hechos de lo que ingerimos, y como hacemos digestión, nuestra identidad (individual, social, nacional) se constituye al menos tres veces al día.

¿Habrá algún peligro en esta sentencia? La identidad, lo que transformamos en lo idéntico a sí mismo cada vez que incorporamos algo, tiene la consecuencia de que eso que incorporamos se transforma en lo exclusivo, en lo que es mío, propio, y con ello podemos levantar banderas de lucha por lo que es mío y no tuyo: los nacionalismos, racismos, fronteras y límites pueden entenderse en su relación con lo que está fuera y lo que está dentro de un cuerpo o de un país en la forma de alimento.

Pero recordemos que esta reflexión la hemos hecho mientras digerimos a Platón y esperamos nuestro plato de fondo que acaba de llegar: Nietzsche a la mesa, un plato más bien de textura suave pero de sabor agridulce, y que levanta una protesta contra sus antecesores (de Platón a Kant) que despreciaban el cuerpo y sus placeres. Para él, en cambio, la salvación del mundo depende de la cuestión de la alimentación.

Pero no solo de la alimentación del cuerpo. ¿Qué es lo que la comida alemana nos puede decir de su filosofía?, se pregunta Campos. Ella misma hace que Nietzsche nos sea fácil de ingerir y digerir, pues nos explica que él, en una variante del principio de incorporación, establece una comparación entre lo que se incorpora y pasa a ser parte del cuerpo y lo que se incorpora y pasa a ser parte del alma.

Aquejado de constantes malestares, el cuerpo Nietzsche le echa la culpa de sus enfermedades a la mala alimentación de la nación alemana. Tan pesada la comida como su filosofía, que con su tendencia a conceptualizarlo e idealizarlo todo no se digiere bien: «Las carnes demasiado cocidas, las verduras grasas y harinosas, cerveza después de comer, y la sopa antes de la comida», dice Nietzsche.

Valeria Campos exclama por esta sopa antes de la comida de la que habla Nietzsche. ¡Como si la comida por sí misma no fuese suficiente para nutrir un organismo sano completo! Esta comida alemana tan pesada como su filosofía le impone al juicio una prefiguración, un prejuicio, una sopa antes de la comida. Este tipo de comida pesada deja al espíritu o alma y su razón desconectada del cuerpo, y a merced de una difícil digestión. Sin digestión, o con una difícil digestión, no hay espacio para nuevas incorporaciones nutricias, y aumentar el vigor. Sin vigor es muy fácil transformarse en autómatas de las normas.

Nuestra vida corporal es una vida racional. No hay primacía entre una y otra y por eso hay que darle buenas raciones de alimento tanto al cuerpo como al alma para transformarnos en sociedades cada vez más autónomas respecto de las decisiones que contribuyen al bien común

«Pensar/comer»: una sabiduría dietética

De modo que lo importante de Nietzsche en la reflexión de Valeria Campos y como plato de fondo consiste en que nos devuelve una sabiduría dietética. No se trata solo de darle al cuerpo y sus placeres el lugar que se merecen en una historia filosófica de la alimentación, sino que se trata también de la revitalización del cuerpo y el alma, del individuo, su sociedad y cultura, por medio de la alimentación y su sentido radical de incorporación y asimilación, más que una moral impuesta, o una dietética como norma de comportamiento estético y social.

Nuestra vida corporal, nos muestra la autora, es una vida racional. No hay primacía entre una y otra y por eso hay que darle buenas raciones de alimento tanto al cuerpo como al alma para transformarnos en sociedades cada vez más autónomas respecto de las decisiones que contribuyen al bien común. Pensar/comer son acciones tan distintamente indistintas que Valeria nos dice: «No existe una transformación más radical y cotidiana que la que tiene lugar mediante los procesos que llamamos digestión y metabolismo».

De suerte que este maravilloso, entretenido y completísimo libro nos invita, filosófica y antropológicamente, a transformar el mundo comiendo, como dice Campos. Eso sí, y como postre, nuestro último y dulce plato de esta deliciosa cena, Valeria Campos nos hace reflexionar en torno al vínculo que se establece entre comer y ser comunidad. Porque comer, pero no tan solo comer, sino comer juntos es la base o estructura de la comunidad en la medida en que es el banquete, la comida común, la que crea la comunidad como cuerpo político. Por lo tanto, comer juntos es la base de la creación del vínculo social.

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