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Los revolucionarios de la cultura

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Reconstrucción de la "Sala Mae West", de Dalí, que el arquitecto Óscar Tusquets Blanca ha hecho para la exposición "Duchamp, Magritte, Dalí: revolucionarios del siglo XX", en el Palacio de Gaviria, en Madrid. Foto: Jesús Varillas, cortesía de Arthemisia.

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El arte reaccionó contra la violencia, la desesperanza y la destrucción física y moral de la Primera Guerra Mundial. Un grupo de artistas decidió que la mejor forma de combatir la locura era a través de la locura misma. Y nació el surrealismo. La exposición Duchamp, Magritte, Dalí. Revolucionarios del siglo XX. Obras maestras del Museo de Israel, Jerusalén, en el Palacio de Gaviria, de Madrid (España), nos acerca obras de estos tres y otros artistas influyentes de este movimiento.

Por Jorge Van den Eynde, historiador del arte

“Aquí está la máquina que hace zozobrar los espíritus. Yo anuncio al mundo este suceso de primera magnitud: acaba de nacer un nuevo vicio. Al hombre le ha sido dado un vértigo más: el surrealismo, hijo de la sombre y el frenesí. ¡Pasad, pasad! Aquí empiezan los reinos de lo instantáneo…”. Louis Aragon, Le Paysan de Paris.

La Gran Guerra, contienda bélica sin precedentes para la civilización occidental, generó un aura de desesperanza y tragedia en la sociedad. Jamás habían muerto tantas personas en tan poco tiempo, ni se habían destruido ese número de hogares y ciudades. La ciencia y tecnología puestas al servicio de la muerte habían aniquilado soldados, pero también penetraron en lo más profundo de la mente humana, incapaz de continuar su vida después de la guerra. El escritor francés Maurice Nadeau niega que cualquier tipo de poesía desarrollada anteriormente pudiese ser legítima a esos tiempos, a la situación emocional que vivía la población.

Destrozar el arte a través de la confianza puesta en él 

Joseph Cornell. "The Sixth Dawn" (1964). "Collage" de papel sobre masonita.
Joseph Cornell. «The Sixth Dawn» (1964). «Collage» de papel sobre masonita.

El arte, lejos de amedrentarse, quiso reaccionar contra la violencia de la Gran Guerra. Un espíritu rabioso y combativo surgió en muchas ciudades europeas, que quisieron denunciar el estado desesperado que vivían, al tiempo que proponían alternativas al pesimismo reinante por aquel entonces. Una serie de grupos surgieron para replantearse cuál era el papel del arte en esta masacre mental; en definitiva: querían revolucionar la cultura. La última muestra realizada en el Palacio Gaviria de Madrid centra su discurso sobre este deseo de cambiar las convenciones artísticas que hasta entonces dominaron la cultura. Duchamp, Magritte, Dalí. Revolucionarios del siglo XX es el título de la exposición que, muestra obras de los tres artistas citados y nos enseña también a otros artistas influyentes en este cambio de paradigma de las artes.

Ante la locura que sometió al continente durante la guerra, un grupo de artistas y literatos refugiados en Zúrich (Suiza) dio con el antídoto a tamaña destrucción física y moral. El grupo que cada día se reunía en el Cabaret Voltaire, formado, entre otros, por Tristan Tzara, Hans Arp, Hugo Ball o Richard Huelsenbeck, decidió que la mejor forma de combatir la locura era a través de la locura misma. Debían destruir las nociones sociales y morales del mundo occidental, las cuales habían llevado a la humanidad al grado más ínfimo de crueldad y pesar. Este grupo de intelectuales se autodenominaron Dada, palabra sin significado lógico, que serviría para desafiar las convenciones europeas de lenguaje y cultura. Realizaban conciertos y recitales donde ruidos y palabras inconexas salían de sus bocas, creaban collages realizados a partir de la yuxtaposición de imágenes de la cultura popular con otras provenientes de la academia, desafiaban la creación artística dotando de un sentido conceptual a objetos encontrados en la calle. Tzara afirmó que Dada era el caballo de Troya, que accedía a la fortaleza del conocimiento occidental, para, a través de la confianza puesta en el arte, intentar destrozarlo.

Un espíritu combativo surgió en muchas ciudades europeas proponiendo alternativas al pesimismo reinante. Aparecieron grupos que se replanteaban cuál era el papel del arte en esta masacre mental

Nuevas bases sobre las que crear y construir

Man Ray. "Observatory Time-The Lovers" (1932–34). Fotografía coloreada, pieza única. Museo de Israel de Jerusalén.© Man Ray. VEGAP, Madrid, 2018.
Man Ray. «Observatory Time-The Lovers» (1932–34). Fotografía coloreada, pieza única.

París se convirtió en la posguerra en el centro de las negociaciones de paz, los tratados que debían asegurar la estabilidad política en Europa. Un clima de cordialidad que chocaba con la devastación que la gente cargaba consigo. El gran exponente de Dada en el país galo había sido Marcel Duchamp, cuyos ready-mades habían puesto en entredicho las nociones del arte burgués, creaban nuevas bases sobre las que crear, considerando que cualquier objeto podía ser arte, desde el aire de París hasta un urinario. Las enseñanzas del artista francés, y especialmente los textos dadaístas que llegaban de Zúrich, marcaron a jóvenes escritores como André Breton, Louis Aragon o Paul Élouard. Ellos también querían atacar los cimientos de la sociedad para construir unos nuevos y más convenientes. Para ello, centraron sus estudios en la razón, y la manera en que esta había dirigido las actividades humanas desde la Ilustración.

La imaginación para demoler la razón

En 1924, Breton publicó el primer manifiesto surrealista, obra programática del surrealismo. Afirmaba que la humanidad aún vivía bajo el “imperio de la lógica”, que dominaba los procesos cognitivos, pero también el arte. El realismo, tanto literario como plástico, basaba su estética en estructuras previsibles y aburridas, realidades insulsas donde el análisis dominaba sobre los sentimientos. La imaginación era el arma con la cual pretendía demoler la razón. Los textos que Freud había publicado durante las primeras décadas del siglo generaron en los jóvenes surrealistas la necesidad de volcar sus intereses en los sueños y el mundo inconsciente del ser humano, aquel conjunto de sensaciones y estímulos que habitan bajo nuestra realidad cotidiana, y afloran en determinados momentos para marcar la actividad social del individuo. El psicoanálisis, por ende, se convirtió en la piedra angular del pensamiento y poesía de Breton, en cuyo primer manifiesto declara su predilección por el automatismo y la espontaneidad intelectual.

“Automatismo psíquico puro por cuyo medio se intenta expresar, verbalmente, por escrito o de cualquier otro modo, el funcionamiento real del pensamiento. Es un dictado del pensamiento, sin la intervención reguladora de la razón”. André Breton, Manifiesto del surrealismo.

Los textos que Freud había publicado a principios del siglo XX generaron en los jóvenes surrealistas la necesidad de volcar sus intereses en los sueños y el mundo inconsciente del ser humano

Man Ray. "Retrato imaginario de Sade" (1941). Litografía a color. Museo de Israel de Jerusalén. © Man Ray. VEGAP, Madrid, 2018.
Man Ray. «Retrato imaginario de Sade» (1941). Litografía a color.

Breton consideraba que la mejor forma de liberarse de los grilletes de la lógica era acudiendo a lo más profundo e indómito de la mente humana, el ello freudiano, para liberar el pensamiento, dejarlo libre y fluido, que no esté constreñido por el tejido de la razón. El automatismo es la herramienta que usan los escritores y pintores surrealistas para liberar sus pensamientos. A partir de la asociación de ideas, del pensamiento automático y de nuevas técnicas como el cadáver exquisito, esta generación de creadores consiguió representar aquello que sus seres escondían bajo todo el armazón racional. El mismo Breton escribió junto a su amigo Phillippe Soupault el Pez soluble, texto creado a partir del automatismo psíquico; esto es, ambos autores escribían todo lo que su mente proyectaba, y el azar se encargaba de componer una suerte de representación del subconsciente de los poetas.

Imágenes sacadas del mundo de los sueños

Esta representación de las inquietudes y sensaciones que Breton y Soupault experimentaban cuando realizaban el escrito tiene un carácter sumamente realista. En su afán por negar la razón y su proyección artística, el realismo, los surrealistas consiguieron mostrar al mundo otras realidades y experiencias ocultas, que para ellos exponían mejor su personalidad, y, por tanto, sus realidades. Durante el periodo de las vanguardias, como afirma Rosalind Krauss, nace el llamado inconsciente óptico, que es un proceso de reestructuración de la naturaleza de la obra de arte. Los artistas que dinamizaron el comienzo de siglo, entre los cuales destacan Picasso, Braque o Kandinsky, tenían un deseo de superar la esencia clásica del arte, es decir, la representación mimética de la naturaleza. Para ello, algunos de los movimientos desarrollados por aquel entonces comenzaron a interesarse por representar aquello que era oculto, que nuestros ojos no pudieran ver. El surrealismo es una de las corrientes artísticas que más apuesta por la ruptura del canon clásico, y propone la representación directa del subconsciente. No obstante, ciertos autores fueron un paso más allá, afirmando una mayor veracidad en lo que ellos hacían que en los bodegones naturalistas del siglo XVII. Es una nueva forma de comprender el realismo, que supera cualquier precedente y avanza ciertos procesos del arte después de la Segunda Guerra Mundial.

Los surrealistas consiguieron mostrar al mundo otras realidades y experiencias ocultas

Joseph Cornell. "Sin título" (1962). "Collage" de papel sobre masonita. Museo de Israel de Jerusalén. © Joseph Cornell. VEGAP, Madrid, 2018.
Joseph Cornell. «Sin título» (1962). «Collage» de papel sobre masonita.

Algunas manifestaciones de la pintura surrealista contienen rasgos altamente fotorrealistas, lo cual podemos ver en los lienzos de Dalí, Tanguy o Dorothea Tanning. Una de las formas que tenían los pintores de liberar el subconsciente era realizando obras tan realistas que resultasen inquietantes, que desafiasen la comodidad del espectador para adentrarle en su propio subconsciente. Era un realismo que mezclaba muchas representaciones oníricas y fantasiosas, que parecían sacadas del mundo de los sueños. Otros artistas preferían emplear métodos automáticos, técnicas como el grattage, frottage o la decalcomanía, que confiaban en el azar para que este rematase los puntos más importantes de la composición. Max Ernst u Óscar Domínguez creaban sus universos surrealistas a partir de estas técnicas, dando estas un aspecto improvisado e irracional a sus pinturas y grabados. Alberto Giacometti, Hans Bellmer o Joseph Cornell trabajaban con escultura y objetos encontrados, a los que dotaban de nuevas perspectivas estéticas al establecer el dominio del subconsciente sobre ellos.

Todas estas prácticas artísticas comparten el mismo interés por representar nuevos sujetos, realidades ocultas al ojo humano que además resultan más esclarecedoras para conocer el comportamiento de este. El surrealismo plantea en este sentido una nueva relación entre el artista y su obra, que desde ahora son un reflejo el uno del otro. Una conexión tan marcada que, a partir de sus creaciones, podemos conocer mejor al autor que si consultamos su biografía. Se trata de una relación arte-creador nueva. Décadas más tarde, a la lumbre del súperdesarrollo capitalista y la aparición de una sociedad de consumo, se generan cambios en las artes que promulgan una nueva concepción del objeto artístico. John Cage, en su pieza musical sin sonido (4’33’’), experimenta con nuevos modelos de realismo, creando una pieza que capta en su totalidad todas las sensaciones materiales acontecidas durante la grabación de la obra. Jasper Johns reestablece nuevas objetividades políticas en la bandera de los Estados Unidos, al tiempo que captura en su brocha elementos de la cotidianeidad. Son artistas cuyas prácticas se realizan en sintonía con sus entornos, considerándolos desde perspectivas sociales, políticas o filosóficas.

Una de las formas que tenían los pintores de liberar el subconsciente era realizando obras tan realistas que resultasen inquietantes, que desafiasen la comodidad del espectador para adentrarle en su propio subconsciente

René Magritte. "The Castle of the Pyrenees" (1959). Óleo sobre lienzo. Museo de Israel de Jerusalén. © René Magritte. VEGAP, Madrid, 2018.
René Magritte. «The Castle of the Pyrenees» (1959). Óleo sobre lienzo.

La deuda que los artistas del arte-vida tienen con Dada es innegable. En muchos de ellos, los ready-mades duchampianos generaron una influencia capital, marcada sobre todo en el uso de objetos cotidianos. No obstante, en las obras de creadores surrealistas también se aprecian rasgos que tienden a una unión entre las personas que las realizan y el objeto en cuestión. Es una conexión bastante más individualista y ajena a realidades externas al poeta. Breton y Soupault expusieron sus pensamientos al máximo exponente cuando escribieron Pez soluble. René Magritte, pese a tratarse de un artista que utilizó en menor medida el automatismo psíquico, también reflejaba sus más ocultas inquietudes. Como todo artista de las vanguardias artísticas, Magritte mira el mundo con la intención de desenterrar aquello escondido bajo la percepción humana. En El castillo de los Pirineos, obra con la que cierra la exposición del Palacio de Gaviria, el artista establece elementos contradictorios y opuestos, como el mar y una roca gigante, para abrir una brecha en su subconsciente y liberar deseos reprimidos y preocupaciones vitales, así como provocar en el espectador una sensación onírica que lleve a su mente al mismo lugar cognitivo en el que el artista se sitúa.

Los surrealistas querían terminar con el mandato de la razón, y para ello crearon una poética capaz de reinventar el mismo concepto de realismo, adalid de la lógica en las artes. Liberaron sus mentes de la estructura canónica y las prepararon para volcar todo su contenido sin filtros de ningún tipo; consiguieron crear sin barreras y exponer sus realidades al completo. Este grupo de artistas fue capaz de desentrañar los más oscuros secretos de sus mentes y exponerlos, con la intención de promover este tipo de prácticas, y, a través de ello, amedrentar el dominio de la razón en la cultura occidental.

Exposición Duchamp, Magritte, Dalí: revolucionarios del siglo XX. Obras maestras del Museo de Israel, Jerusalén. Palacio de Gaviria. C/ Arenal 9. Madrid (España). Hasta el 15 de julio de 2018.

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