Los análisis filosóficos sobre el trabajo son una pieza central dentro de la filosofía política, porque constituye una de nuestras formas principales de opresión. Bien sea porque nos explotan en el trabajo, bien sea porque realizamos trabajos no remunerado (como los reproductivos), entender la organización del trabajo en un determinado momento histórico es crucial para comprender, a su vez, nuestras posibilidades de emancipación en un determinado momento.
En este sentido, la reflexión de Hannah Arendt sobre el trabajo es una de las más originales de las últimas décadas y ha servido como base para la discusión filosófica —ya sea con adeptos o con detractores— sobre el tema en los últimos años. Su principal reflexión sobre el tema se encuentra en La condición humana (1958), donde Arendt distingue entre labor, trabajo y acción. Veamos mejor esta distinción.
Labor, trabajo y acción
Esta tríada pretende abordar la totalidad de la interacción del ser humano con el mundo, y puede leerse, de hecho, como el tránsito del cuerpo a la política. Arendt llama «labor» a todas esas acciones que dedicamos a sostener nuestra vida biológica, como comer, dormir o ducharnos. Son acciones cíclicas que nunca se completan del todo: solo se aplaza la necesidad de repetirlas, pues su finalidad es el mantenimiento de la vida.
El «trabajo», en cambio, no está destinado al cuidado del cuerpo biológico, sino que corresponde a todas aquellas acciones que crean objetos duraderos, que transforman la naturaleza para producir algo que permanezca.
La «acción» representa para Arendt el estadio final en el camino cuerpo-política. En la acción, los seres humanos se revelan como únicos, singulares, políticos. A través de ella, pueden organizarse y actuar a través de la palabra y de los actos. Así, a diferencia de comer antes de una manifestación (labor) o de hacer la pancarta (trabajo), la manifestación misma es una acción tal como la concebía Arendt.
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