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Yuk Hui: «La inteligencia artificial no supone el fin del arte»

El filósofo Yuk Hui, autor de «Arte y cosmotécnica», defiende una mirada crítica hacia la inteligencia artificial sin caer en el catastrofismo tecnófobo. A partir de su concepto de «cosmotécnica», invita a pensar la tecnología fuera del marco occidental y denuncia los límites de los discursos dominantes sobre la inteligencia artificial. Su crítica no rechaza las máquinas, sino que exige comprenderlas mejor para decidir cómo queremos convivir con ellas.

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Yuk Hui (Wikimedia Commons).

Yuk Hui (Wikimedia Commons).

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Arte y cosmotécnica, de Yuk Hui (Caja Negra).

Hay una guerra comercial abierta, con todo tipo de implicaciones económicas, morales y geopolíticas. En filosofía, tal como escribió Hegel, la lechuza de Minerva solo emprende el vuelo al anochecer. Es decir, el pensamiento filosófico no es capaz de anticiparse a los cambios del mundo. Por ello, explicar los fundamentos que sostienen las distintas cosmovisiones en un contexto de disrupciones tecnológicas e incertidumbre económico-política es una tarea que solo algunos pensadores se atreven a acometer.

Yuk Hui, profesor de Filosofía en Róterdam, antiguo estudiante de ingeniería informática y discípulo de Bernard Stiegler, se abrió camino en la filosofía de la tecnología con comentarios críticos al pensamiento de Martin Heidegger y Gilbert Simondon. Su libro Recursividad y contingencia (Caja Negra Editora, 2022) subraya la crisis entre máquina y organismo que atraviesa la modernidad desde la aparición de la cibernética, una crisis intensificada por el aprendizaje automático y los grandes modelos de lenguaje.

En Arte y cosmotécnica (Caja Negra Editora, 2025), la inteligencia artificial no aparece como una tecnología destinada a certificar el fin del arte ni el advenimiento irremediable del poshumanismo, pero sí nos insta a entender las cosmovisiones del mundo como cosmotécnicas que permiten repensar la modernidad y la descolonización del pensamiento filosófico contemporáneo.

La pintura y la literatura son arte, qué duda cabe, aunque hay muchas más dudas con la programación, por mucho que algunos informáticos hablen del arte de programar. En todo caso, las inteligencias artificiales generativas pueden poner en riesgo la profesión de esos programadores. Esto me lleva a su comentario sobre Hegel, que imaginó el fin del arte como una producción cultural que se vería superada por la filosofía en su grandilocuente proceso hacia el autoconocimiento. Heidegger continuó ese problema al preguntarse por la técnica. ¿Estamos volviendo a esa encrucijada sobre el fin del arte a causa de las nuevas tecnologías?
Los antiguos griegos usaron la palabra technē tanto para el arte como para la tecnología, y la relación entre el arte y la técnica es históricamente dinámica cuando nos asomamos a la Edad Media, el Renacimiento y la Edad Moderna en Occidente. Ahora se dice que la inteligencia artificial (IA) reemplazará lo humano, incluidos los artistas. Y, con toda seguridad, la IA podrá reemplazar ciertas funciones del ser humano, tal como la calculadora ya lo hizo con el cálculo y el automóvil con el movimiento.

En cambio, la exageración de que la IA lo reemplazará todo es una profecía industrial que se ha creído mucha gente, sobre todo los políticos. Sin embargo, no creo que la IA suponga el fin del arte, ya que tenemos primero que preguntarnos cuál es su función y hasta qué punto la IA puede satisfacer esa función.

Cuando Heidegger discute a Hegel al final de El origen de la obra de arte, sostiene que el veredicto de Hegel no ha quedado visto para sentencia, porque todo depende de si el arte está aún relacionado con la verdad. ¿Nos habla de la verdad el arte hecho por IA? Podría decirnos hechos, o ciertos hechos filtrados. Los grandes modelos de lenguaje son algoritmos de compresión que podrían contener una enorme cantidad de datos y, al hacer eso, pueden efectivamente calcular la palabra más probable que sigue en una oración, como ocurre con la función de autocompletar cuando escribimos un mensaje.

No estoy despreciando la IA ni el machine learning. De hecho, creo que estamos presenciando algo realmente importante, que nos impresiona. Yo mismo uso esas herramientas a diario. No obstante, creo que es un error ver las máquinas como un reemplazo.

Creo que es más importante concebir un nuevo tipo de relación con la IA, una que yo llamo «organológica». La organología significa estudiar las herramientas y los instrumentos como órganos artificiales, y es necesario entender una organología positiva y otra negativa. Una organología negativa podría ser un uso destructivo de la máquina, lo que llevaría a la depravación (como la de los transhumanistas en su creencia de que podemos superar todas las debilidades del ser humano) y a las guerras (como las que estamos viviendo ahora y como lo que analizó Henri Bergson en su discurso sobre la guerra de 1914). Por otro lado, una organología positiva explora activamente el poder transformador de la IA y la integra en la investigación y la creación artística.

«Es más importante concebir un nuevo tipo de relación con la IA, una que yo llamo ‘organológica’. La organología significa estudiar las herramientas y los instrumentos como órganos artificiales, y es necesario entender una organología positiva y otra negativa»

Las actuales inteligencias artificiales sufren alucinaciones —es decir, inventan resultados— y también envenenamientos, que producen resultados aberrantes cuando se las entrena con máquinas, y no con humanos. Erik Larson ya dijo que es necesario mejorar mucho el razonamiento abductivo para que las máquinas puedan avanzar de verdad. Aun así, el progreso ha sido descomunal, y me pregunto si esto arroja luz sobre cómo funciona nuestra mente y, ya de paso, dice algo sobre las cuestiones filosóficas de siempre: la conciencia, el determinismo y el libre albedrío.
En mi reciente trilogía —que incluye Recursividad y contingencia, Arte y cosmotécnica y Máquina y soberanía— intenté entender el significado de la recursividad tanto en la historia de la filosofía como en la historia de la tecnología.

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Recursividad y contingencia, de Yuk Hui (Caja Negra).

Las máquinas del siglo XVIII eran mecanicistas; es decir, operaban de acuerdo con una causalidad lineal, como lo que observamos en un reloj mecánico: el movimiento de un engranaje lleva a otro, y si un engranaje se rompe, el reloj se detiene. Piensa en el famoso pato con aparato digestivo de Jacques Vaucanson. Fue una de las mejores creaciones de su tiempo.

A finales del siglo XVIII, el organismo se utilizó para demostrar los límites del mecanicismo, ya que un organismo tiene una estructura orgánica y funciona mediante operaciones recursivas. Kant, en su Crítica de la razón práctica, renegó del autómata de Vaucanson al afirmar que estos no son capaces de experimentar la libertad. Así, puedes ver cómo ese organismo —o ese organicismo— llegó a ser el fundamento epistemológico de muchas cuestiones como la cognición humana, la moralidad o la estética.

Desde la segunda mitad del siglo XX, es decir, después de la cibernética, sabemos que las máquinas están dotadas de bucles de retroalimentación y son capaces de asimilar el comportamiento de un organismo —la homeostasis, por ejemplo—.

La recursividad fue fundamental para el desarrollo de la informática: la máquina de Turing, la función recursiva general de Gödel, el cálculo lambda de Church, el autómata de von Neumann… Y desde los años setenta hemos visto redes neuronales recursivas que llegan hasta la actualidad. Lo recursivo es esencial para el conexionismo.

Aun así, no estoy seguro de que vayamos a descodificar los secretos del universo, porque en cada época —como ocurrió en tiempos de Descartes— también existía esa creencia de que el reloj no era solo la imagen de la máquina, sino también la imagen del cosmos y del cuerpo humano.

Yuk Hui analiza cómo la recursividad articula tanto la historia de la filosofía como la evolución tecnológica, desde el mecanicismo del siglo XVIII hasta la cibernética y el conexionismo actual, destacando sus límites en la comprensión del universo y la libertad

En Arte y cosmotécnica compara la tragedia griega con la tradición oriental y viene a decir que no existe nada parecido porque no hay un héroe que cometa un error debido a su arrogancia —el concepto de hamartia—. Usted aboga por una descolonización de la filosofía y señala una cosmotécnica distinta que escape, por ejemplo, a la dialéctica del amo y el esclavo de Hegel. Así se establecería una nueva relación con el mundo. Me pregunto si la cosmotécnica china sería la del analogismo y la occidental la del naturalismo, por expresarlo con la terminología del antropólogo francés Philippe Descola.
Descola es un pensador serio, pero él mismo es un naturalista, en el sentido de que clasifica las ontologías como los naturalistas clasificaban las plantas y los animales en el siglo XVIII. No sé si podemos clasificar las culturas como si fueran objetos con ciertas propiedades o características. El mérito de Descola es mostrar que hay pensamientos en torno al concepto de naturaleza distintos a los de la Europa moderna. Señala que la idea de naturaleza que compartimos es bastante moderna y está basada en la oposición entre cultura y naturaleza.

En cuanto a tu pregunta, debo decir primero que yo nunca afirmé que la dialéctica del amo y el esclavo de Hegel no pueda aplicarse a China. De hecho, el Partido Comunista la ha estado aplicando durante más de un siglo a través de Marx —que fue un hegeliano—, y su análisis de la lucha de clases es una extensión de la dialéctica del amo y el esclavo. Solo dije que ese pensamiento no se originó en China, aunque algunos académicos hayan hablado de una «dialéctica taoísta». Sin embargo, esa forma de nombrarla resulta confusa porque fácilmente se asocia con la idea de Hegel, que es un producto histórico del pensamiento occidental.

En Recursividad y contingencia llevé a cabo una relectura de la historia de la filosofía europea moderna —Hegel incluido—, y en Arte y cosmotécnica mostré que el pensamiento taoísta no puede reducirse a la lógica hegeliana. Además, ¿deberíamos considerar la cosmotécnica china como una ontología en el sentido de Descola? En mi libro discuto si la ontología existe en el pensamiento chino, una pregunta formulada por François Jullien, que aseguraba que no había ontología en China.

También, en La pregunta por la técnica en China, expongo mi crítica a Descola. El antropólogo francés no ha prestado suficiente atención a la cuestión de la tecnología, y la generaliza bajo el término de «praxis». Él y sus seguidores describen la naturaleza como un objeto de estudio y creen que, si se cambia el concepto de naturaleza, entonces se puede resolver el problema de la modernidad. Si la memoria no me falla, vi una entrevista suya no hace mucho en la que decía estar contento por la integración de los derechos de los [seres] no humanos en la Constitución de Bolivia. Pero luego vimos más deforestación, para vender la madera a China.

Por eso hace ya más de una década rebatí a los antropólogos por su giro ontológico y desarrollé el concepto de cosmotécnica como una forma distinta de abordar el problema de la modernidad. Eduardo Viveiros de Castro fue muy generoso conmigo durante mi visita a Brasil hace un par de años. También tuve varias conversaciones con el difunto Bruno Latour, pero, desgraciadamente, fue demasiado tarde.

Hui critica el naturalismo implícito en Descola y cuestiona la clasificación de culturas como ontologías. Propone la cosmotécnica como alternativa al giro ontológico, subrayando la omisión de la técnica en la antropología y la diferencia entre pensamiento chino y lógica hegeliana

Me alivia saber que no es un pesimista tecnológico profundo...
Tengo la impresión, por las entrevistas que me han hecho, de que hemos generado algunas alucinaciones en torno a las inteligencias artificiales. Abrumados por los grandes modelos de lenguaje y sus aplicaciones, hemos llegado a creer que conquistarán la humanidad. Eso forma parte de la propaganda industrial. Hoy en día, esas empresas tecnológicas son más bien empresas financieras que venden visiones del futuro para atraer inversión. Por desgracia, muchos gobiernos las han adoptado sin espíritu crítico. Creo que debemos ser muy prudentes.

Los grandes modelos de lenguaje son algoritmos que presentan defectos epistemológicos fundamentales, similares a los que ya encontramos en el empirismo y el probabilismo. Su paranoia y su propaganda contradictorias impiden comprender el verdadero progreso tecnológico, al restringirlo a la búsqueda competitiva de la velocidad o la robustez, cuando nuestra sociedad podría emplear estas tecnologías para crear una nueva economía política.

Sobre el autor

Andrés Lomeña (Málaga, 1982) es licenciado en Periodismo (Universidad de Málaga) y en Teoría de la Literatura y Literatura comparada (Universidad Autónoma de Barcelona), doctor en Sociología por la Universidad Complutense de Madrid y profesor de Filosofía en un instituto público. Coordina proyectos en la fundación internacional Common Action Forum, colaborando con universidades latinoamericanas como la UNAM (Nacional Autónoma de México), la UBA (Buenos Aires) y la Pontificia Universidad Católica de Chile. Es autor de Narratofilia (Irrecuperables, 2025), Podio (Alianza, 2022), Filosofía en rebanadas (Arcopress, 2022), Python para filósofos (Marcombo, 2022) y Filosofía a sorbos (Arcopress, 2020), donde cruza pensamiento crítico, narrativa y divulgación filosófica.

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