Suscríbete

Sócrates: la pregunta que nunca se cierra

Sócrates no dejó nada escrito, pero su figura fundó la filosofía occidental. Maestro de la ironía y enemigo de los dogmas, ha sido también considerado un mártir de la verdad. Su pensamiento se ha interpretado —y disputado— durante siglos. Reunimos diez claves para comprender su legado: una vida sin certezas, pero entregada al examen constante de sí mismo y del mundo.

0 comentarios

Escultura del busto de Sócrates.

Diseño realizado a partir de la fotografía de una escultura de Sócrates (Wikimedia Commons, licencia CC).

0 comentarios

Sócrates ha sido considerado muchas veces el punto inicial de la tradición filosófica de Occidente. Marca un punto de arranque y establece un hito en la historia de la filosofía (lo anterior a él, incluso, recibe el nombre de «presocráticos»). No sé sabe con certeza cuándo nació, pero se estima que entre el año 470 y el 469 a. C. Nació en Atenas y vivió su época de esplendor política, aunque también el ocaso de su democracia. Fue hijo de un escultor (Sofronisco) y una partera (Fenáreta), aunque poco se sabe con certeza de su biografía, que ha sido muchas veces reconstruida por conjeturas.

Sócrates no escribió nada. Todo lo que sabemos de él lo sabemos por lo que otros dijeron de su vida y de su pensamiento. Sabemos, con relativa certeza, que sirvió de hoplita en ciertas campañas militares y que frecuentaba los espacios públicos de la ciudad, interpelando a los ciudadanos y a los políticos sobre lo que creían o no saber.

En el año 399 a. C., fue juzgado y condenado a muerte por corromper a la juventud y no reconocer a los dioses de la ciudad. La Apología de Platón recoge su defensa: lejos de retractarse, Sócrates reafirmó su misión filosófica como una exigencia divina y un deber ético. Murió tomando cicuta tras negarse a huir a otra ciudad, lo que convirtió su figura en un símbolo de compromiso entre los ideales de uno y su biografía.

1 Sócrates es nuestro fantasma

Sócrates es nuestro gran enigma. Nada de lo que sabemos de él ha sido dicho por el mismo Sócrates. Todo son fuentes indirectas, porque su pensamiento no dejó textos propios. En realidad, no sabemos nada de Sócrates, sino que solo tenemos (algunas) interpretaciones que otros hicieron de él. Las más influyentes: la de Aristófanes en Las Nubes, la de Jenofonte en los Memorabilia y, sobre todo, la de Platón en sus diálogos.

FILOSOFÍA&CO - image
Apología de Sócrates, de Platón (Gredos).

Que no tengamos acceso directo a Sócrates ha hecho que su figura se haya convertido en un espacio en disputa, en un vacío que las distintas tradiciones filosóficas han intentado captar para legitimarse. Platón le colocó como el descubridor de que la filosofía era fundamentalmente recuerdo (anamnesis) y dialéctica del alma. Aristóteles, que nunca lo conoció directamente, propuso a Sócrates como el descubridor de las definiciones universales por inducción. Kierkegaard lo convirtió en una figura trágica de la subjetividad moderna, mientras que Nietzsche lo acusó de haber subordinado la vida a la razón.

Esta pluralidad de interpretaciones y lecturas de Sócrates se da por una tensión que está en el interior de su figura: la filosofía identificó su actitud como el centro del quehacer filosófico (preguntar, destruir los dogmas, el diálogo…), pero no heredó ningún tipo de contenido. De ahí que sea un figura de constante apelación, pero lo suficientemente abierta como para que todos dialoguen con él.

Las tres fuentes principales que hemos heredado sobre Sócrates son los textos de Aristófanes, los de Jenofonte y los de Platón. Aristófanes, en Las Nubes, lo caricaturizó como un sofista pretencioso y manipulador que enseña a los jóvenes a distorsionar argumentos para ganar debates injustamente. Jenofonte —en sus Memorabilia— presentó a un Sócrates conservador y convencional, defensor del orden establecido y la piedad tradicional. En cambio, Platón ofreció la perspectiva más rica, aunque también ambigua: inicialmente mostró en sus diálogos tempranos (Apología, Critón) a un Sócrates más histórico, centrado en el cuestionamiento irónico; en obras posteriores (Fedón, República), el personaje evoluciona para ser el portavoz de las teorías platónicas.

Figura disputada y sin obra propia, Sócrates se convirtió en símbolo filosófico por su actitud interrogativa y su muerte, más que por un pensamiento sistemático

2 La disputa con los sofistas

Históricamente, se ha establecido una marcada oposición entre Sócrates y los sofistas. A los sofistas, la historia canónica de la filosofía siempre les ha caracterizado como relativistas que creen que «el hombre es la medida de todas las cosas» (Protágoras) o que niegan la posibilidad del conocimiento objetivo (Gorgias). Se les ha presentado como mercaderes del conocimiento que cobraban por sus enseñanzas, enfocados más en la eficacia retórica que en la verdad. Charlatanes retóricos que formaban técnicos adaptables al poder en cualquier ciudad.

Sócrates, en contraste, ha sido retratado siempre como un buscador incansable de verdades universales y esencias morales (bien, justicia, virtud), como alguien que practicaba la filosofía gratuitamente por amor al saber. Se le ha descrito como un filósofo verdadero, uno que no pretendía enseñar (¡y mucho menos cobrar!), sino que solo quería buscar junto a sus interlocutores la verdad, cuestionador del orden establecido hasta el punto de enfrentarse al poder.

Sin embargo, esta visión es una herencia platónica y las diferencias entre ambos son menos tajantes de lo que cabría esperar. Por ejemplo, ambos compartían el espacio público ateniense y utilizaban métodos dialógicos similares, esto es, ambos socavaban la verdad establecida: los sofistas siendo capaces de defender un punto de vista y el contrario, y Sócrates, al mostrar que los oponentes, en realidad, no sabían lo que decían. Su método de cuestionamiento, aunque presentado como una búsqueda de verdad, empleaba técnicas retóricas no muy distintas a las sofísticas.

Incluso la romantización de un Sócrates que enseña sin cobrar es cuestionable: aunque no cobraba dinero, cultivaba relaciones con jóvenes adinerados que le proporcionaban sustento y protección. La línea entre la «corrupción de la juventud» (acusación hecha en el juicio contra Sócrates) y la «formación de la juventud» (labor sofística) era más difusa de lo que sugiere la narrativa platónica.

La oposición entre Sócrates y los sofistas proviene sobre todo de Platón: en la práctica, compartían métodos, espacios y funciones más similares de lo que la historia canónica ha querido reconocer

3 La refutación

El procedimiento más característico de Sócrates es la refutación dialéctica o elenkhos. A diferencia de los sofistas, que solo perseguían la victoria retórica, la refutación socrática buscaba mostrar que las creencias que tiene el otro, en realidad, no pasan un examen racional, obligando a su interlocutor a reconocer que su saber no era un conocimiento verdadero (episteme), sino una opinión infundada (doxa).

La refutación de Sócrates tenía un patrón muy claro: primero, Sócrates pedía a su interlocutor que definiera un concepto moral (qué es la piedad, la valentía, la justicia…); luego, mediante preguntas aparentemente inocentes, Sócrates extraía consecuencias de la definición propuesta; finalmente, mostraba que estas consecuencias son incompatibles entre sí o con otras creencias que el interlocutor no estaba dispuesto a abandonar. Con esto, Sócrates conseguía llevar a sus interlocutores a la aporía, que significa literalmente «sin camino». Aquí vemos un ejemplo en el Eutifron de Platón (7e-8a):

«Sócrates —¿Y los dioses, Eutifrón, si realmente disputan, no disputarían por estos puntos?
Eutifron —Muy necesariamente.
Sóc. —Luego también los dioses, noble Eutifrón, según tus palabras, unos consideran justas, bellas, feas, buenas o malas a unas cosas y otros consideran a otras; pues no se formarían partidos entre ellos, si no tuvieran distinta opinión sobre estos temas. ¿No es así?
Eut.— Tienes razón.
Sóc. —Por tanto, ¿las cosas que cada uno de ellos considera buenas y justas son las que ellos aman, y las que odian, las contrarias?
Eut. —Ciertamente.
Sóc. —Son las mismas cosas, según dices, las que unos consideran justas y otros, injustas; al discutir sobre ellas, forman partidos y luchan entre ellos. ¿No es así?
Eut. —Así es.
Sóc. —Luego, según parece, las mismas cosas son odiadas y amadas por los dioses y, por tanto, serían a la vez agradables y odiosas para los dioses.
Eut. —Así parece.
Sóc. —Así pues, con este razonamiento, Eutifrón, las mismas cosas serían pías e impías
».

4 La ironía

FILOSOFÍA&CO - image 1
Diálogos I, de Platón (Gredos).

Como se ve en el punto anterior, Sócrates parece que «se hace el tonto», parece que va descubriendo la verdad sobre la marcha, que afirma sus enunciados de forma inocente. Esto podría parecer modestia fingida, pero es un tipo de ironía un poco más refinada. Se trata de una posición epistemológica y existencial: el sabio es el que sabe que no sabe, y por ello se oculta tras el velo de la ignorancia aparente. Al afirmar «solo sé que no sé nada» (frase que, en realidad, no aparece literalmente en los textos platónicos, aunque sintetiza bien la postura socrática de la Apología), Sócrates no renuncia al saber, sino que denuncia los saberes que se pretenden concluidos.

Esta ironía ha sido interpretada por Kierkegaard en El concepto de la ironía como el gesto fundacional de la subjetividad moderna. Para Kierkegaard, la ironía socrática es un desgarro entre el individuo y el mundo objetivo de valores heredados: la ironía socrática suspende toda posición positiva, pero no para relativizar, sino para abrir la posibilidad de una elección auténtica. En este sentido, y leído desde Kierkegaard, Sócrates no es precursor del escepticismo, sino del existencialismo.

La ironía socrática tiene varios niveles: a veces es simulación de ignorancia para hacer hablar al otro; otras, es reconocimiento genuino de los límites del saber humano; en ocasiones, es una estrategia pedagógica para incitar al interlocutor a buscar por sí mismo. Sin embargo, en todas las ocasiones implica un distanciamiento del discurso directo y dogmático, una conciencia de que la verdad no puede ser impuesta desde fuera, sino descubierta internamente.

La refutación socrática no buscaba simplemente desmontar argumentos, sino forzar a sus interlocutores a confrontar la fragilidad de sus creencias mediante un camino dialéctico hacia la aporía

5 La mayeútica

De esta destrucción de lo que uno creía saber, llevada a cabo por la ironía, se esperaba que surgiera la verdad, un concepto universal, la respuesta a las grandes preguntas (qué es el bien, qué es la virtud, qué es la justicia…). Este método, según el cual cada uno alumbra la verdad desde su interior después de recorrer sus propias contradicciones e ignorancias, se ha llamado mayéutica, por el arte de las comadronas. Al menos, ese es el nombre que le dio Platón en el Teeteto al método socrático de hacer que el interlocutor «dé a luz» a su propio saber.

La herencia de Sócrates es, pues, que el papel del filósofo no es enseñar verdades, sino acompañar el parto de una verdad latente. Esta metáfora obstétrica no es ingenua: presupone que el alma posee un saber anterior y que, por tanto, todo aprender es siempre recordar (anamnesis). El trabajo filosófico consiste, entonces, en desocultar este recuerdo mediante el diálogo.

Como puede verse, la mayéutica es el reverso constructivo de la refutación. Allí donde la refutación destruye falsas creencias, la mayéutica apunta a la emergencia de un contenido conceptual. Es importante notar que, en los diálogos platónicos tempranos, la mayéutica rara vez llega a conclusiones positivas definitivas. Los diálogos suelen terminar en aporías. Sin embargo, el proceso de cuestionamiento y clarificación conceptual ya representa un avance hacia la comprensión, pues elimina definiciones erróneas y acota el campo de investigación. Este «saber negativo» es ya un progreso epistémico significativo.

La mayéutica, el reverso constructivo de la refutación, es el arte de hacer que el otro descubra la verdad por sí mismo tras atravesar sus propias contradicciones

6 La ética socrática y la buena vida

La ética socrática se caracteriza por el cuidado del alma (epimeleia heautou). Además, para Sócrates, la virtud no es una disposición natural ni una técnica aprendida, sino el resultado de un trabajo constante sobre uno mismo. Este trabajo tiene dos dimensiones: negativa (liberarse de la ignorancia mediante la refutación) y positiva (ordenar el alma conforme a la razón).

En este sentido, Sócrates anticipó el ideal estoico del sabio y la noción de subjetivación que Foucault recuperará siglos después en su Historia de la sexualidad y sus cursos sobre «El cuidado de sí»: el sujeto ético es aquel que se constituye a través de prácticas de examen y transformación. De ahí la célebre frase socrática: «Una vida sin examen no merece ser la pena ser vivida».

Además, la moral socrática es intelectualista: identifica el bien con el saber y el mal con la ignorancia. En el Protágoras, leemos que «nadie hace el mal voluntariamente». De esta forma, el error es siempre producto del desconocimiento del verdadero bien. Uno fuma porque no sabe lo malo que es fumar, porque, si lo supiera, no lo haría. Esta tesis fue criticada posteriormente por Aristóteles en su Ética a Nicómaco por ignorar la debilidad de la voluntad, ¿o es que no sabemos lo malo que es fumar y aún así fumamos?

En fin, Sócrates funda una ética del conocimiento, donde el problema del mal se hace epistémico antes que de la voluntad. La ética, vista de esta forma, se vuelve una forma de saber, no un código de normas externas.

7 Sócrates y los dioses

Sócrates no fue ateo, pero su religiosidad era heterodoxa dentro del contexto de la religión cívica ateniense. Invocaba una voz interior, un pequeño demonio interno, un daimon que lo guiaba en los momentos decisivos, una especie de conciencia divina que lo disuadía de ciertas acciones. Este aspecto, que aparece en la Apología de Platón y en otros diálogos como el Eutifrón, fue uno de los motivos de su condena por impiedad.

El daimon no dicta contenidos positivos, sino prohibiciones negativas: «No hagas esto». Es una forma de heteronomía interna que marca el límite de la razón discursiva. A diferencia de los dioses del culto oficial, este daimon no exige rituales ni sacrificios, sino obediencia íntima. Su función filosófica es la de reintroducir una dimensión no racional en la vida racional, una especie de intuición moral que complementa el razonamiento dialéctico.

Dicho esto, es importante notar que la relación de Sócrates con la religión es ambigua: por un lado, reivindica su misión (de hecho, fue un religioso, el oráculo de Delfos, el que lo proclamó el más sabio de los hombres); por otro, Sócrates se dedicó a desmantelar los mitos tradicionales y puso en cuestión las creencias populares sobre los dioses, como se ve en su crítica a las narraciones homéricas en el Eutifrón. En este diálogo, Sócrates rechaza definir la piedad como «lo que agrada a los dioses», mostrando que la moralidad no puede depender de la voluntad caprichosa de deidades mitológicas.

Esta tensión entre logos y mythos atraviesa toda la figura de Sócrates y será central en Platón. Vemos aquí a Sócrates como figura metonímica de toda la filosofía: a partir de él, la filosofía nace como superación crítica del mito, pero también como su transformación y reelaboración. No es casual que Platón termine muchos diálogos con mitos escatológicos, como si reconociera los límites del logos puro para expresar ciertas verdades últimas.

Sócrates fundó una ética basada en el conocimiento: cuidar el alma es examinar la propia vida, porque nadie obra mal a sabiendas, sino por ignorancia

8 Conflictos políticos

Sócrates no participó activamente en la política institucional de Atenas, aunque sí cumplió con sus deberes cívicos como soldado en las batallas de Potidea, Delio y Anfípolis, y fue miembro de la Boulé como representante de su tribu, la Antioquida, y durante su turno, su tribu estaba a cargo de una parte del gobierno de la ciudad. Sin embargo, su figura es profundamente política. Su interrogación constante a los ciudadanos, su desconfianza hacia la democracia directa ateniense y su crítica a la incompetencia de los líderes elegidos por sorteo, y su negativa a huir tras la condena, lo han convertido en un símbolo de la disidencia filosófica.

En los Diálogos platónicos, especialmente en la Apología, Sócrates se presenta él mismo como un tábano que despierta a la ciudad dormida. No propone leyes ni reformas institucionales, pero actúa como conciencia crítica frente a los consensos vigentes. Su postura ante la democracia ateniense es compleja: no la rechaza explícitamente, pero cuestiona sus fundamentos, especialmente la idea de que cualquier ciudadano está igualmente capacitado para gobernar.

Su condena, en este sentido, no es un accidente: la polis democrática no puede tolerar una figura que cuestiona sus fundamentos desde dentro. La democracia ateniense, recién restaurada tras el régimen de los Treinta Tiranos, veía en Sócrates un peligro para su estabilidad, tanto por su crítica constante como por su asociación con figuras polémicas como Alcibíades o Critias.

La política de Sócrates es una política del decir verdadero (parrhesia), como analizará Foucault en sus últimos cursos sobre «El gobierno de sí y de los otros»; pero no desde la tribuna, sino desde la plaza, en el cara a cara con el otro. Es un ejercicio de verdad sin poder institucional, que pone en riesgo la vida del que habla. Por eso su muerte es ejemplar: no como mártir de una doctrina, sino como testimonio del valor de la filosofía como práctica crítica irreductible a los intereses del poder.

Sócrates ejerció una disidencia filosófica: no propuso leyes, pero su crítica al poder y su muerte encarnan la verdad dicha sin protección institucional

9 Juicio y muerte de Sócrates

El juicio a Sócrates en el año 399 a. C. es uno de los acontecimientos fundacionales del imaginario filosófico occidental. Acusado formalmente de «no reconocer a los dioses que reconoce la ciudad», de «introducir nuevas divinidades» y de «corromper a la juventud», fue condenado a muerte por un jurado de quinientos un ciudadanos atenienses. Platón reconstruyó la defensa de Sócrates en la Apología, donde lo muestra como un ciudadano obediente a las leyes, pero fiel a una ley superior: la de la razón y la conciencia.

El contexto histórico para entender este juicio es crucial: Atenas acababa de sufrir la derrota en la Guerra del Peloponeso y la traumática tiranía de los Treinta Tiranos, régimen apoyado por Esparta en el que participaron algunos antiguos discípulos de Sócrates. La democracia restaurada veía con desconfianza a los intelectuales críticos que cuestionaban sus fundamentos. La figura de Sócrates, además, había sido ridiculizada años antes por Aristófanes en Las nubes, donde aparecía como un sofista que enseña a «hacer fuerte el argumento débil» y a evadir obligaciones.

Sócrates no buscó la absolución a toda costa. Su discurso no fue persuasivo, sino provocador. Según la visión que nos dejaron Platón y Jenofonte, no quiso salvar su vida a cualquier precio, sino afirmar su coherencia. En el Critón, por ejemplo, rechazó la posibilidad de escapar que le ofrecen sus amigos, argumentando que debe obedecer las leyes incluso cuando son injustas, pues ha aceptado vivir bajo ellas. Esta decisión —no huir, no retractarse, morir conforme a sus principios— convirtió su muerte en un acto filosófico.

La muerte de Sócrates fue un acto filosófico: prefirió obedecer su conciencia antes que salvar su vida, y así fundó una ética de la coherencia

10 Sócrates como un cambio de época

Sócrates representa un cambio de época entre la sabiduría arcaica y la filosofía sistemática. No fundó una escuela formal, pero inauguró un gesto que inspiró después múltiples tradiciones. No dejó doctrina escrita, pero estableció un modo de filosofar basado en el diálogo, el cuestionamiento y el examen. Por eso, su figura ha sido reapropiada una y otra vez en la historia del pensamiento: desde los cínicos hasta el idealismo alemán, desde los existencialistas hasta la hermenéutica contemporánea.

Cada época ha proyectado en Sócrates su propia imagen del filósofo. Para Hegel, en la Fenomenología del espíritu, es el punto de inflexión en que la sustancia ética de la polis se interioriza como conciencia individual. Para Nietzsche, en El nacimiento de la tragedia, el momento en que la vida se subordina al juicio racional, iniciando la decadencia de la civilización occidental. Para Foucault, en La hermenéutica del sujeto, el paradigma del cuidado de sí como resistencia al poder. Para Martha Nussbaum, en La terapia del deseo, el iniciador de una filosofía concebida como terapia del alma.

Sócrates es el síntoma de una pregunta que nunca se cierra: ¿qué significa filosofar? ¿Cómo vivir conforme a la verdad? Sócrates, así, es menos un autor que una exigencia: la exigencia de examinar la propia vida y sus fundamentos, porque «una vida sin examen no merece ser vivida».

Otros artículos que te pueden interesar

Deja un comentario