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Hannah Arendt: pensamiento contra el totalitarismo y el mal

Figura clave de la historia de la filosofía contemporánea, Hannah Arendt rechazó toda su vida el término de «filósofa» para sí misma, prefirió el de «pensadora política». Vivió ante una filosofía que no se encargaba de los problemas más acuciantes del ser humano y que, además, estaba dominada por hombres.

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Los horrores del totalitarismo y el Holocausto son algunas de las grandes preocupaciones de Hannah Arendt. Fotografía de Hannah Arendt, extraída de Wikimedia Commons, con licencia CC BY-SA 4.0.

Los horrores del totalitarismo y el Holocausto son algunas de las grandes preocupaciones de Hannah Arendt. Fotografía de Arendt de Wikimedia Commons, con licencia CC BY-SA 4.0.

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El pensamiento abstracto especulativo era para Hannah Arendt un alejamiento de la realidad concreta, de la experiencia que nos afecta y a la que la filosofía debe dar respuesta, meros «castillos edificados en el aire». En sus propias palabras, la intención de su pensamiento era «mirar la política con los ojos despejados de la filosofía».

En este sentido, aunque se apoyó en el pensamiento clásico, su enfoque la separó del pensamiento filosófico tradicional, orientado hacia una vida teórica (bios theoretikos). Frente a ello, construyó un pensamiento orientado a la acción política, que pensó la libertad, las crisis, el mal y el totalitarismo que le tocó vivir.

1 La política como acción y discurso

FILOSOFÍA&CO - La condicion humana
La condición humana, de Arendt (Austral).

Desde ese pensamiento orientado a la praxis política, Arendt planteó que tanto la acción como el discurso eran elementos fundamentales para que los actos adquieran un significado y pasen a la historia. En su obra La condición humana explica que estos dos elementos son los que permiten a los seres humanos desvelarse con una individualidad única frente al resto.

A través del discurso y la acción, las personas generan los significados que permiten la vida social y conforman lo que conocemos como historia, porque es preciso narrar los actos que hacemos, no solo emprenderlos. Por eso, la política surge en el espacio público (la polis), que es donde tanto nuestros actos como nuestras palabras pueden ser vistos y escuchados por otros. El espacio público dignifica y da relevancia a lo que hacemos, dándole también durabilidad y sacándonos del aislamiento de nuestra individualidad.

Arendt se opone así a toda visión solipsista que plantee que somos verdaderamente humanos en nuestra individualidad aislada. Incluso un ermitaño que no hubiera entrado en contacto directo con ningún otro ser humano, señala, entra a formar parte de un mundo que depende y ha sido tocado con su huella indeleble por una multitud de humanos.

En este sentido, para Hannah Arendt, el discurso político no debe solamente informar de la realidad, sino crear un sentido de comunidad y pluralidad, donde las diferentes perspectivas convivan y se confronten. El individualismo moderno niega la posibilidad de coexistencia y los modelos políticos totalitarios limitan la libertad de actuar y de hablar, por lo cual se pierde esta comunidad. Su visión de acción política ligada a la pluralidad y la libertad por encima de todo la llevaron a una posición política liberal.

Aunque se apoyó en el pensamiento clásico, su enfoque la separó del pensamiento filosófico tradicional y construyó un pensamiento orientado a la acción política, que pensó la libertad, las crisis, el mal y el totalitarismo que le tocó vivir

2 Una visión política que emerge de la literatura clásica

Arendt encontró en Homero y la cultura griega elementos clave para comprender la política como acción y discurso, así como la búsqueda de inmortalidad a través de los logros humanos.

En su libro La condición humana, Arendt retoma el concepto griego de la polis como el espacio donde los individuos se manifiestan ante los demás mediante sus actos y palabras, estableciendo un legado que trasciende la vida individual. La polis, según Arendt, representa un lugar donde los mortales pueden encontrar una «segunda vida» —o un sentido de inmortalidad— al inscribir sus acciones en el tejido de la historia común. Este concepto se conecta directamente con el pensamiento homérico, en el cual los héroes buscan alcanzar la inmortalidad a través de sus hazañas y del reconocimiento público que estas generan.

Arendt plantea que Homero no solo narra los logros épicos de los héroes griegos, sino que también resalta la importancia del discurso como complemento de la acción. En los textos homéricos, la palabra describe los actos, pero, además, los dota de sentido y los convierte en dignos de memoria. Para Arendt, este énfasis en la narración y el discurso pone de manifiesto que la acción humana solo adquiere relevancia cuando es vista, escuchada y recordada por otros, un principio central en su concepción de lo político.

Además, Arendt reconoce en la literatura clásica una reflexión constante sobre la tensión entre lo efímero y lo eterno. En Homero, los actos humanos, aunque realizados en un contexto de mortalidad, aspiran a dejar una huella imperecedera en un mundo donde todo lo demás es inmortal. Arendt interpreta esto como una metáfora de la capacidad humana para crear un mundo común y duradero a partir de la acción y la interacción, a pesar de nuestra finitud.

Por otro lado, Homero es imparcial al narrar las acciones de héroes tanto griegos como troyanos. Esta neutralidad, que no glorifica ni condena de manera absoluta, refleja lo que ella considera una lección crucial para la política: la capacidad de juzgar y narrar desde múltiples perspectivas, sin reducir la pluralidad a una única verdad.

3 Pluralidad y libertad

Si la pluralidad es la condición fundamental de lo político, entonces esta es constitutiva del tejido político que a Arendt le interesaba. La política no se reduce, para la autora, a la coexistencia o agrupación accidental de individuos, sino a su capacidad de interactuar y reconocerse.

Existe un espacio intermedio, un «entre» (Zwischen-Raum en alemán) entre las personas. Ese espacio no pertenece a nadie ni es una cualidad inherente a nuestra naturaleza, sino un espacio relacional que se construye y se mantiene a través de la interacción. Es necesario preservar ese espacio para que la política no degenere hacia formas de aislamiento o dominación. Como alguien que vivió en la Alemania nazi, Arendt detectó que el totalitarismo negaba la posibilidad a los individuos de actuar en común y de construir un mundo compartido, porque negaba la pluralidad y diversidad humanas.

El concepto de libertad de Arendt no se limita a la ausencia de coacción ni al concepto de autonomía individual, sino que está ligado a la existencia de la polis. La libertad solo se puede manifestar, por tanto, en comunidad. Arendt se basa en la visión que de la libertad tenían los antiguos griegos, ligada a «estar liberados» de las necesidad básicas y obligaciones domésticas, y poder dedicarse a los asuntos públicos. De este modo, el «ocio» es productivo: implicaba una disponibilidad para involucrarse en la vida política.

Por tanto, la libertad para Hannah Arendt no es una condición natural del ser humano, una cualidad privada ni un atributo interno, sino que requiere liberarse de las restricciones de la vida cotidiana y se manifiesta cuando nos involucramos en la vida pública. En este sentido, la libertad requiere un esfuerzo, no es ninguna «vuelta a la naturaleza».

Para Arendt, la política no se reduce a la coexistencia o agrupación accidental de individuos, sino a su capacidad de interactuar y reconocerse

4 Crítica al totalitarismo

Como hemos ido desgranando ya, una de las grandes preocupaciones de Hannah Arendt tuvo que ver con el avance del totalitarismo, especialmente en Alemania, que culminó con el triunfo nazi y el horror del Holocausto.

Para ella, el totalitarismo constituía una de las mayores amenazas para la libertad, porque destruía los elementos fundamentales que permitían la existencia del espacio público compartido: no solo se suprimen las libertades individuales, sino que se desmantelan y boicotean las condiciones para que estas puedan existir; ese espacio común, ese «entre» del que hablábamos.

En Los orígenes del totalitarismo, señalaba cómo los regímenes totalitarios eliminan la esfera pública, aíslan a los individuos y los concentran en sus intereses privados. Se trata de un aislamiento físico y también espiritual, porque limitan la capacidad de los seres humanos de participar en cualquier mundo compartido, incentivando la deshumanización. Solo a través de esta deshumanización se explica que el horror nazi contra el pueblo judío y diferentes minorías étnicas se hiciera con el beneplácito implícito de una parte importante de la población alemana.

Al destruir la pluralidad, se impone una única narrativa oficial que se presenta como absoluta, anulando la capacidad de juicio y reflexión crítica. Los regímenes totalitarios buscan controlar cada aspecto de la vida, sometiendo a las personas a un sistema de vigilancia constante y a una burocracia que despersonaliza sus interacciones. Este control total impide que los seres humanos ejerzan su capacidad de iniciar algo nuevo, que los constituye como individuos.

5 La banalidad del mal

En relación con el avance de la deshumanización, Arendt acuñó el concepto de «banalidad del mal» para explicar cómo había sido posible el horror del Holocausto. Se trata de un término que explica que las personas comunes y corrientes, que participan de una acción que podemos considerar malvada o atroz, actúan sin reflexionar, siguiendo el mandato de otras. Se produce en ellas una desconexión entre el pensamiento y la acción.

La banalidad del mal surgió a raíz de la observación de Arendt al juicio contra el criminal de guerra Adolf Eichmann, un alto funcionario nazi responsable de la logística de los campos de concentración. Eichmann organizaba el transporte masivo de judíos hacia los campos donde serían exterminados. A Arendt lo que le sorprendió no fue solamente la magnitud del crimen cometido, sino la actitud del funcionario; señaló que se limitaba a cumplir órdenes sin mayor reflexión, como un burócrata sin sentimientos.

Este descubrimiento, que se alejaba mucho de la imagen que se tenía de los criminales nazis como monstruos crueles, le llevó a formular que existe una maldad que no viene del odio ni el mal, sino de la incapacidad o la falta de voluntad para pensar críticamente sobre lo que se está haciendo.

La banalidad del mal no tiene relación con la magnitud del crimen ni lo exonera de su horror, sino que refiere al carácter absolutamente ordinario e irreflexivo de sus perpetradores. Para Arendt, esto lo vuelve todavía más aterrador, porque implica que los peores crímenes no requieren de una maldad excepcional, sino de un sistema que invite a la irreflexión, como es el totalitario. El régimen nazi redujo a los individuos a meros engranajes en una máquina criminal.

La única vacuna posible para esta banalidad es la que emerge del pensamiento reflexivo. Es necesario conectar con la responsabilidad de los propios actos para que no se conviertan en autómatas acríticos. En este sentido, alerta Arendt, la banalidad del mal no es un fenómeno histórico, sino un peligro constante en cualquier sociedad que privilegie la obediencia ciega y la conformidad sobre la crítica y la responsabilidad individual.

El totalitarismo constituye, para Arendt, una de las mayores amenazas para la libertad, porque destruye los elementos fundamentales que permiten la existencia del espacio público: no solo se suprimen las libertades individuales, sino que se desmantelan las condiciones para que estas puedan existir

6 La acción como segunda vida

El espacio público es, para Arendt, una especie de «segundo nacimiento» que confirma la capacidad humana de iniciar algo nuevo y único. La acción inserta a los seres humanos en el mundo compartido y les da un sentido a través de su identidad porque es lo que les permite manifestarse ante los demás.

La acción es una forma de reafirmar nuestra existencia y de asumir una responsabilidad colectiva en la construcción del mundo que compartimos, es decir, es definitoria de nuestra capacidad política. Esta acción tiene siempre un elemento de impredecibilidad porque no está determinada por el pasado, sino que tiene el potencial de ser siempre novedosa. Este potencial la hace diferente de otras actividades humanas como el trabajo, que se orienta a la repetición.

Para Arendt, esa «segunda vida» de la acción permite a los individuos superar su mortalidad material y alcanzar una inmortalidad simbólica porque sus acciones trascienden el tiempo de su vida y dejan una huella en la historia. El discurso, en la dupla antes vista de acción-discurso sería el medio por el cual comunicamos la acción, pero también le damos un sentido; es decir, la garantía de que la acción no pierde su relevancia y puede ser evaluada y recordada por otros.

7 El espacio público como lugar de igualdad

Para que el espacio público sea realmente compartido, debe generar un entorno de igualdad donde los discursos y actos de todos los que lo habitan tengan cabida. Es un requisito para la política, en la cual cada individuo comparece ante los demás como parte de un mundo compartido. Todas las personas son vistas y escuchadas y sus acciones adquieren relevancia y dignidad en igualdad de condiciones.

Este espacio público o lugar de «apariencia» permite que las acciones ajenas sean evaluadas. Visibilidad y pluralidad van, por tanto, de la mano. El reconocimiento de los demás, que viene dado por la igualdad política entre los individuos, no depende (o no debería depender) del estatus social de cada cual o de sus logros personales o sus características particulares, sino de su capacidad de participar activamente de los asuntos comunes.

A través de la igual visibilidad, los ciudadanos tienen la oportunidad de influir en la toma de decisiones sobre el mundo común. Esa, para Arendt, es la esencia de la democracia. Cuando el espacio público se ve amenazado y desaparecen o se ponen en entredicho la igualdad y la visibilidad, avanzan el totalitarismo y la burocratización.

El espacio público es un «segundo nacimiento» que confirma la capacidad humana de iniciar algo nuevo y único. La acción inserta a los seres humanos en el mundo compartido y les da un sentido a través de su identidad porque es lo que les permite manifestarse ante los demás

8 La imaginación como fuente de empatía

En un mundo compartido, la capacidad para visualizarse en el lugar del otro es esencial. Inspirada en las reflexiones kantianas sobre la imaginación, la considera una facultad central porque nos permite trascender lo inmediato y particular para formar juicios reflexivos.

En su lectura de La crítica del juicio de Kant, Arendt adopta la idea de que la imaginación juega un rol central en la formación de nuestros juicios estéticos y políticos porque nos permite «ponernos en el lugar del otro» o adquirir una mentalidad ampliada, lo cual es requisito necesario para que todas las voces se escuchen en el espacio común.

Por otro lado, la imaginación permite conectar el pensamiento y la acción, hacemos presentes imágenes del pasado o el futuro a través de ella y nos permite concebir alternativas y nuevas posibilidades de organización social. Estas alternativas deben, no obstante, estar en contacto con la realidad y experiencia compartidas para evitar caer en utopías irrealizables. Además, la imaginación como fuente de empatía es fundamental para evitar que caigamos en la banalidad del mal, en actuaciones irreflexivas moralmente reprochables.

9 La revolución para Arendt

FILOSOFÍA&CO - Sobre la revolucion
Sobre la revolución, de Arendt (Alianza).

El siglo XX fue prolijo en acontecimientos históricos que Arendt no dejó de analizar. En su libro Sobre la revolución, disecciona las revoluciones del siglo a la luz de las experiencias de eventos pasados, como la Revolución francesa de 1789 y la guerra de la independencia americana de 1775, para tratar de mostrar que los errores cometidos en estas primeras experiencias revolucionarias contemporáneas tuvieron una cierta continuidad en las del siglo XX.

El punto de partida de Arendt es que las revoluciones anteriores al siglo XVIII fueron por mero interés y violencia, pero que la experiencia colonial americana subvierte este interés. Las revoluciones contemporáneas cuestionan la presunta naturalidad de la división histórica de clases. Además, plantea que las revoluciones ponen sobre la mesa la reivindicación de libertad y de un nuevo origen social. En relación con esto, el «revolucionario» será aquel que busque la libertad y no otro objetivo.

Para Arendt, las revueltas antiguas tuvieron en común el uso de la violencia, pero ninguna cambió la «esfera de gobierno» construyendo algo nuevo, no siendo así verdaderas revoluciones, que deben subvertir el orden anterior.

Sin embargo, al analizar las revoluciones burguesas modernas, la pensadora adopta una posición idealista: la idea de revolución nace, para Arendt, de la obra copernicana, como si esta fuera la causa de las revoluciones modernas, sin tener en cuenta otras consideraciones históricas y sociales como el desarrollo del capitalismo mercantil y la expansión colonial, que permitió sentar las bases de una burguesía cada vez asentada como clase social enfrentada a la nobleza y la monarquía. Además, existen procesos previos a la obra de Copérnico (1543), como los Comuneros de Castilla de 1520 a 1522.

Cuando analiza la Revolución francesa, plantea que la pobreza extrema de las masas fue un factor que propició su relativo fracaso, porque impuso la constitución de instituciones duraderas que generaron un nuevo terror. De este modo, Arendt no solo desconoce la miseria como un elemento clave para la emergencia de un movimiento revolucionario, sino que plantea que se trata de un elemento en contra de ese movimiento.

Al plantear la libertad como el gran objetivo emancipatorio e insistir en excluir las demandas sociales de los más miserables, se la suele criticar por tener una visión elitista de la revolución que favorece, en última instancia, a las clases propietarias; una especie de democracia aristocrática.

La idea de revolución nace, para Arendt, de Copérnico, como si él fuera la causa de las revoluciones modernas, sin tener en cuenta otras históricas y sociales como el desarrollo del capitalismo mercantil y la expansión colonial, que permitió sentar las bases de una burguesía como clase social enfrentada a la nobleza y la monarquía

10 Vigencia de su pensamiento

FILOSOFÍA&CO - Verdad y mentira en la politica
Verdad y mentira en la política, de Arendt (Página Indómita).

Frente a quienes pronosticaron un supuesto «fin de la historia», las crisis de la democracia y el avance de las ideologías totalitarias no acabaron con la Segunda Guerra Mundial y, ni siquiera, con la instalación del neoliberalismo en los centros imperialistas de todo el mundo. Por este motivo, las reflexiones de Arendt sobre el mal y el totalitarismo continuaron discutiéndose a lo largo de los siglos XX y XXI.

Arendt identificó una desconexión creciente entre los ciudadanos y las instituciones políticas, un problema que ha cobrado mayor relevancia en la actualidad. El capitalismo neoliberal es incapaz de generar un espacio público donde los individuos actúen y hablen como iguales. Este alejamiento fomenta el aislamiento y la apatía, características que ella vio como terreno fértil para el auge de los totalitarismos.

En su libro Verdad y mentira en la política, analiza cómo la manipulación del lenguaje y la desinformación se utilizan como herramientas de poder. Este fenómeno se ha intensificado en nuestro tiempo. Su afirmación de que la verdad y la política suelen estar en tensión se hace especialmente relevante en un contexto donde las «posverdades» moldean la opinión pública.

Otra de las razones de la vigencia del pensamiento de Arendt es su énfasis en la acción como el medio para resistir la deshumanización y la opresión. Frente a la pasividad que fomenta el aislamiento, Arendt propone la acción política en el espacio público como una forma de afirmar la dignidad humana y construir colectivamente un mundo compartido.

Sobre la autora
Fotografía en blanco y negro de Irene Gómez-Olano, hecha por Natalia Lago. La fotografía muestra a una persona joven con el pelo negro corto, tipo "mullet", sin que le caiga por los lados. Mira a cámara con las cejas rectas y tiene una sonrisa ambigua en la cara.
Sobre la autora

Irene Gómez-Olano (Madrid, 1996) estudió Filosofía y el Máster de Crítica y Argumentación Filosófica. Trabaja como redactora en FILOSOFÍA&CO y colabora en Izquierda Diario. Ha colaborado y coeditado la reedición del Manifiesto ecosocialista (2022). Su último libro publicado es Crisis climática (2024), publicado en Libros de FILOSOFÍA&CO.

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