El término «nihilismo» es uno de los conceptos más populares de la historia reciente de la filosofía. Con frecuencia decimos que nuestra sociedad es nihilista o que los jóvenes de hoy rezuman nihilismo. Pero ¿qué es? En este dosier, Javier Correa examina la evolución de este término y algunos de los autores más relevantes en este ámbito. Y entrevista al profesor Diego Sánchez Meca para profundizar en la relación entre el nihilismo y nuestra sociedad.
La palabra «nihilismo» tiene su origen en el vocablo nihil, que en latín significa «nada». Añadiendo el sufijo «-ismo», la palabra nihilismo alude etimológicamente a la postura o doctrina de la nada. Así, atendiendo a este significado, el nihilista es aquella persona que cree en la nada o, dicho de forma parecida, pero no igual, aquella persona que no cree en ningún principio.
El presente dosier tiene como objetivo examinar qué es el nihilismo y, para ello, se hará un repaso histórico. Se examinarán sus distintos usos, los diferentes autores que han teorizado sobre el tema y su posterior influencia. El objetivo es dotar de rigor a un concepto tan popular como manido y que resulta clave para comprender la sociedad contemporánea.

Comienzos de la historia del nihilismo
La palabra «nihilista» tiene un largo recorrido histórico. Ya en el siglo V, San Agustín acusaba de nihilistas a los incrédulos, a los no creyentes en la fe cristiana. San Agustín usa la palabra «nihilista» en un sentido radicalmente etimológico: nihilista es aquel que no cree en nada. En un contexto de ubicua religiosidad, el santo de Hipona identifica a los ateos y creyentes de otra religión con los nihilistas. Allí donde Dios es el Absoluto, el Infinito, el Bien, los no creyentes son los adoradores de la Nada, los nihilistas.
Avancemos 1 300 años, del siglo V al XVIII. Tras unos siglos de uso minoritario, el término «nihilista» vuelve a cobrar cierta relevancia intelectual en la Francia de la Revolución francesa. En ese contexto histórico, el adjetivo «nihilista» se usaba para designar a las personas que no estaban ni a favor ni en contra de la Revolución. Al igual que en la antigua Grecia «idiota» era el que no se preocupaba de los asuntos públicos, en el ocaso del Antiguo Régimen, en la Francia rayana en la Modernidad, nihilista era aquella persona que no se posicionaba ante los acontecimientos políticos del momento.
A pesar de estos usos religiosos y políticos, tendremos que esperar unas décadas para que el término «nihilista» adquiera un uso filosófico. Este uso se dio en el marco del idealismo alemán y en las discusiones entre los distintos filósofos de la época, a finales del siglo XVIII y principios del XIX. En concreto, fue el filósofo Jacobi el que acusó a Fichte de «nihilista» por su idealismo del Yo.
Para San Agustín, el nihilista es el incrédulo, el ateo. En la Revolución Francesa, el nihilista es el despreocupado, el que no atiende a los acontecimientos históricos que está viviendo
¿Cuál fue el motivo de esta acusación? Para entenderla es necesario examinar, en primer lugar, la filosofía de Jacobi. Según la doctrina de este pensador, la razón —en su proceso de conocimiento— destruye irremediablemente los objetos que conoce para, después, reconstruirlos conceptualmente y darles cierto sentido. En otras palabras, la razón no conoce el mundo tal como es, sino que lo destruye y reconstruye en su proceso de intelección.
El problema al que se enfrenta Jacobi es el de estudiar el fundamento de la razón misma. Para Jacobi, este Fundamento, este Absoluto, esta razón de ser, es Dios. Dios es el fundamento de nuestro conocimiento, es el garante del conocimiento racional. Pero ¿cómo estudiar este fundamento? La razón no puede encargarse de este conocimiento porque, como hemos dicho, destruye los objetos que conoce. Si la razón quisiera conocer su fundamento, disolvería su propia razón de ser. Por eso, para Jacobi, este «más allá» no puede ser conocido, sino intuido. La intuición, a diferencia de la razón, no destruye los objetos para luego reconstruirlos.
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