La pregunta por el sentido de la vida ha sido recurrente en la travesía del pensamiento occidental. Hoy, da síntomas de agotamiento y empieza a atisbarse una respuesta que siempre quisimos esquivar: quizá la vida no tenga un sentido fijo. Aceptar el absurdo de la vida es difícil, pero el reto yace en encontrar la belleza que crece, silenciosa, en el alfeizar de la vida.
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