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Literatura y fotografía al encuentro del otro

La fotografía, en su esencia, es un registro. Captura momentos efímeros, gestos y emociones en la superficie de la piel. Sin embargo, una foto de un rostro no es un rostro en su totalidad. Es una representación estática de un ser humano en un instante específico.

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En nuestras sociedades prima el sentido de la vista por encima de otros, pero, a pesar de ello, consumimos las imágenes sin dejarnos afectar por ellas. Imagen a partir de un diseño de Freepik

En nuestras sociedades prima el sentido de la vista por encima de otros, pero, a pesar de ello, consumimos las imágenes sin dejarnos afectar por ellas. Imagen a partir de un diseño de Freepik.

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Siempre he sentido curiosidad por la gente a la que no conozco, por vivir el mundo como ellas hacen. De niña me disfrazaba de otras, jugaba a ser otras, hablaba con todo el mundo, me interesé por la filosofía… y ya más mayor adquirí la costumbre de salir a pasear sin rumbo fijo, con el único objetivo de charlar con alguna persona y quizá hacer alguna foto.

Escribía sobre estos encuentros también. Muchas veces, era la experiencia de vivirlos la que me daba energía para abordar el resto del día. Un encuentro no siempre ha de ser una conversación, sino también una emoción compartida, ver junto a alguien algo bonito o descubrir una canción. Creo que es cuando nos relacionamos con otras personas que revelamos quiénes somos: en las otras nos hallamos. Esto no es algo nuevo, ya lo decían filósofos antiguos como Aristóteles y Confucio, y otras mentes más modernas como Hannah Arendt, Simone Weil, Georges Didi-Huberman o Teju Cole.

Miedo al otro vs conectar con los demás

Sin embargo, hoy en día parece que la aversión y el miedo al otro no paran de crecer. En un mundo donde deberíamos sentirnos más conectados que nunca, nos sentimos más aislados, más amenazados. ¿Cómo podemos reconciliar esta contradicción?

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Es aquí donde nuestros actos, nuestras reflexiones y conversaciones se vuelven importantísimas. ¿Cómo podemos recuperar la esencia de la conexión humana en un mundo que parece cada vez más dividido? ¿Cómo superamos la desconfianza y restauramos la empatía en nuestra sociedad? ¿Cómo sentir que vamos juntos hacia un lugar, que somos parte de algo que nos engloba?

No puedo dejar de pensar en el papel vital de la literatura, la fotografía y la edición en este proceso [Laura C. Vela es editora]. Estos acercamientos al mundo pueden abrirnos a nuevas perspectivas y darnos la oportunidad de encontrarnos con los demás.

Dijo Georges Didi-Huberman que «las imágenes forman parte de lo que los pobres mortales se inventan para registrar sus temblores (de deseo o de temor)». Pienso, entonces, en los lectores y lectoras como una comunidad de personas que tiemblan juntas. Y me parece una imagen muy poderosa.

Si consideramos a los lectores y lectoras como una comunidad que «tiembla junta», estamos abriendo un diálogo sobre cómo la literatura (y las artes en general) tiene el poder de unirnos a través de nuestras respuestas emocionales y cognitivas compartidas. Además, en este compartir, también co-creamos significados, interpretaciones y, en última instancia, una comprensión más profunda y multifacética de la obra y la vida, permitiendo que nuestras vibraciones internas resuenen en una colectividad que trasciende la individualidad y nos conecta en nuestra humanidad compartida.

La lectura puede ser un vehículo para explorar, entender y conectar con los demás y con estructuras sociales y políticas más amplias, siempre y cuando estemos dispuestos a embarcarnos en ese viaje con una atención y una intención genuinas.

Si consideramos a los lectores y lectoras como una comunidad que «tiembla junta», estamos abriendo un diálogo sobre cómo la literatura (y las artes en general) tiene el poder de unirnos a través de nuestras respuestas emocionales y cognitivas compartidas

Elogio a la atención, la curiosidad y el tiempo lento

Vivimos en una sociedad donde prima el sentido de la vista por encima de otros, pero, a pesar de ello, no nos dejamos afectar por las imágenes, sino que las consumimos; no nos enseñan a leerlas, sino que directamente convivimos con ellas. Esto nos llama la atención y por eso nos gusta trabajar con fotografías, cambiarlas del soporte vertical del teléfono y el scroll a uno horizontal y material como es el libro.

Este simple gesto ya cambia el tempo en que se lee, la forma en que uno se relaciona con las imágenes, la forma en que estas se hacen cuerpo tangible, cuerpo que ocupa un lugar junto a nosotros. La atención es uno de nuestros bienes más valiosos y es importante hacer un esfuerzo para preservarla, pues de la atención enfocada derivan algunas de las experiencias más valiosas de la vida.

Este elogio de la atención se entrelaza con otro valor fundamental en la filosofía: la curiosidad. La curiosidad nos impulsa a explorar más allá de lo evidente. La curiosidad nos lleva a cuestionar, a indagar, a buscar conexiones y significados más allá de la superficie. En un mundo donde el conocimiento es accesible al alcance de un clic, la curiosidad se convierte en una guía para discernir lo importante de lo trivial, lo profundo de lo superficial.

Vivimos en una sociedad donde prima el sentido de la vista por encima de otros, pero, a pesar de ello, no nos dejamos afectar por las imágenes, sino que las consumimos; no nos enseñan a leerlas, sino que directamente convivimos con ellas

Compartiendo la experiencia de temblar juntos

El libro sigue siendo un artefacto que tiene la capacidad de acercarnos a otras personas. Hay algo especial en sostener un libro físico en nuestras manos, pasar sus páginas y sumergirte en lo que otra persona sintió y quiso que vieras. A través de las páginas de un libro, los lectores encuentran resonancias, conflictos, interrogantes y, a veces, partes de sí mismos que quizás no entiendan completamente. Los libros, entonces, no solo se convierten en un espejo de nuestras propias experiencias y emociones, sino también en una ventana a las de los demás.

La transición de la fotografía documental clásica a la fotografía contemporánea ha dado lugar a una rica evolución en la forma en que vemos y comprendemos el medio visual. Mientras que la fotografía documental clásica buscaba capturar la realidad de manera objetiva, la fotografía contemporánea se sumerge en la subjetividad y la expresión artística, explorando emociones, conceptos abstractos y metáforas visuales. Esta transformación ha llevado a un enfoque más profundo y reflexivo y, en mi opinión, ha permitido que nos veamos más afectados por las imágenes.

Siguiendo la idea de Didi-Huberman sobre las imágenes, los textos también funcionan como registros de nuestros temblores internos. Las palabras evocan imágenes, recuerdos y emociones que están intrínsecamente ligadas a nuestras experiencias y deseos personales. Cada lector o lectora imprime sus propias imágenes mentales, temblores y emociones en el texto, enriqueciendo la obra con su singularidad. Cuando estas percepciones individuales se comparten dentro de la comunidad lectora, se forma un mosaico de imágenes y emociones que es mucho más rico y diverso que cualquier interpretación aislada.

Los libros son las casas de las palabras y las imágenes; son el espacio donde estas se recuestan y encuentran su calma. Así, tienen el potencial de convertirse en hogares para nuestras esperanzas, miedos, sueños y, sobre todo, para nuestra humanidad compartida.

Crear un mundo más habitable implica crear espacios (tanto literales como figurativos) donde los temblores de cada individuo sean reconocidos, valorados y, fundamentalmente, compartidos. En este sentido, los libros se convierten en un territorio común, un espacio donde podemos reconocernos en los temblores del otro y, al hacerlo, construir puentes de entendimiento y solidaridad. La empatía se erige, así, como un pilar que no solo sostiene, sino que impulsa la construcción de un mundo más inclusivo, diverso y, en última instancia, habitable.

Los libros son las casas de las palabras y las imágenes; son el espacio donde estas se recuestan y encuentran su calma

El otro, los otros, nosotros

Superar la separación conceptual, social y filosófica entre nosotros y aquellos que consideramos «otros» puede ser difícil, pero necesario para comprender verdaderamente nuestro lugar y propósito en el mundo. ¿Cuándo deja de ser un extraño el otro y se convierte en un vecino o un ser humano igual a nosotros?

Desde los albores de la humanidad, el ser humano se ha enfrentado al desafío de relacionarse con la otredad. La separación conceptual entre «nosotros» y «otros» ha sido una herramienta poderosa para definir la identidad individual y colectiva. A menudo, esta división se ha utilizado para justificar la discriminación, el prejuicio y la exclusión. Sin embargo, también ha sido el motor de la búsqueda de la empatía y la comprensión.

La filósofa francesa Simone Weil escribió sobre la necesidad de superar la barrera entre «nosotros» y «otros». Ella abogó por la atención amorosa hacia el otro como una forma de trascender la separación conceptual y encontrar la humanidad compartida. Weil sostuvo que «atender es la forma más rara y pura de generosidad». Esta atención requiere que miremos más allá de las etiquetas y los prejuicios, que veamos al otro como un individuo único con su propia historia y experiencias. Una de las formas más poderosas de relacionarnos con los otros es a través de la contemplación de su rostro.

La empatía, que surge de esta mirada al rostro del otro, resulta fundamental en la lucha contra el racismo y el sexismo. Al entender las experiencias y desafíos de quienes son diferentes a nosotros, podemos desarrollar una mayor comprensión y solidaridad.

El machismo es un ejemplo de cómo la separación conceptual entre «nosotros» y «otros» ha perpetuado la discriminación, en este caso la de género. A lo largo de la historia, las mujeres han sido consideradas «el otro», lo diferente, en contraposición al género masculino. Esta división ha dado lugar a desigualdades de género arraigadas en la sociedad, como la brecha salarial, la violencia de género y la falta de representación en roles de liderazgo.

Uno de nuestros objetivos principales es, también, el de publicar mayoritariamente a mujeres, revisitando obras que se quedaron sin traducir o publicar en nuestro país por considerarse de categoría menor. Precisamente el feminismo nos invita a mirar más allá de las categorías, de la otredad, y a reconocer la humanidad compartida entre todas.

El racismo es otro ejemplo de cómo la separación conceptual entre «nosotros» y «otros» ha dado lugar a la discriminación y la opresión. A lo largo de la historia, las personas de diferentes razas y etnias han sido consideradas «el otro», lo diferente, en contraposición a la mayoría dominante. Esto ha llevado a la discriminación racial, la segregación y la violencia.

La teórica política alemana y nacionalizada estadounidense Hannah Arendt nos habló de la importancia de la acción política en la esfera pública, porque, cuando interactuamos con los demás en la esfera pública, dejamos de ser meros desconocidos y nos convertimos en ciudadanos que participan en la construcción de la comunidad.

Esto se relaciona, también, con otra frase de Simone Weil: «Echar raíces quizá sea la necesidad más importante e ignorada del alma humana. Es una de las más difíciles de definir. Un ser humano tiene una raíz en virtud de su participación real, activa y natural en la existencia de una colectividad que conserva vivos ciertos tesoros del pasado y ciertos presentimiento de futuro». Una persona desarraigada, sin participación en una comunidad, tendrá más difícil superar esa barrera entre el yo y los otros y sentirse afectada.

El libro Archipiélago humano, del fotógrafo Fazal Sheikh y el escritor Teju Cole, que publica Comisura en marzo de 2024, es una obra ambiciosa, dolorosa, cruda. Las palabras de Teju Cole nos llevan a una dimensión más profunda. Reflexionando sobre las fotografías de Sheikh que van apareciendo en el papel, Cole nos plantea la pregunta intrigante: «El yo es el rostro. ¿Qué ocurre entonces cuando el rostro está lastimado, lacerado, irrevocable y radicalmente alterado? El yo permanece, el rostro que lo avala ha desaparecido. El rostro es lo que nos impide matar».

En estas palabras, Cole nos insta a considerar la importancia del rostro como la expresión visible de nuestra humanidad compartida. El rostro, con todas sus imperfecciones y singularidades, actúa como una barrera que nos impide deshumanizar al otro, que nos impide ignorar su sufrimiento o su dignidad.

La fotografía, en su esencia, es un registro del rostro humano. Captura momentos efímeros, gestos y emociones en la superficie de la piel. Sin embargo, una foto de un rostro no es un rostro en su totalidad. Es una representación estática de un ser humano en un instante específico. Entonces, ¿pueden realmente las fotos evitar que matemos u odiemos? ¿Pueden cambiar nuestra percepción y comportamiento hacia el otro? ¿El grado de participación en la sociedad y la narrativa colectiva mide el grado de identificación con los otros?

La fotografía, los libros, los textos, evocan preguntas sin prometer soluciones. Asimismo, una comunidad te vincula, da un espacio seguro en el que temblar, pero no siempre tiene las respuestas.

La empatía, que surge de esta mirada al rostro del otro, resulta fundamental en la lucha contra el racismo y el sexismo. Al entender las experiencias y desafíos de quienes son diferentes a nosotros, podemos desarrollar una mayor comprensión y solidaridad

El Otro como oportunidad

La aversión y el miedo al otro representan un obstáculo en nuestro camino hacia una sociedad más compasiva y tolerante. Sin embargo, también representa una oportunidad. Al reconocer y abordar estas emociones podemos aprender a superarlas y a conectarnos más profundamente con los demás.

En lugar de ver al otro como una amenaza, podemos verlo como un compañero, una fuente de enriquecimiento y crecimiento personal. En este mundo diverso y complejo, el encuentro con el otro puede ser una fuente de aprendizaje y transformación, si estamos dispuestos a mirar más allá de nuestras propias barreras emocionales.

Quiero continuar explorando y compartiendo estas narrativas y discursos visuales que no solo cuestionan y desafían nuestras percepciones y comprensiones existentes, sino que también nos invitan a unirnos en un diálogo y acción más amplios. En un mundo que a menudo se ve azotado por la división, la desconfianza y el miedo a la otredad, los libros, las palabras y las imágenes ofrecen un puente hacia la comprensión mutua y una plataforma para explorar cómo podemos, colectivamente, construir un futuro más inclusivo, empático y conectado.

El acto de crear, leer y ver se convierte, entonces, en un acto revolucionario de tender puentes hacia los demás, descubriendo en sus historias y expresiones un espejo que refleja nuestra propia humanidad y diversidad. Con cada página que se vuelca y cada imagen que se contempla, descubrimos la esperanza y la posibilidad de un mundo donde el yo y el otro se disuelven en un «nosotros» que es inclusivo y profundamente conectado en nuestro común deseo de ser y, en concreto, de ser juntas.

Sobre la autora

Laura C. Vela es fotógrafa, editora y gestora cultural. Asegura que, desde pequeña, siente una gran curiosidad por todo, lo que le llevó a formarse en Filosofía y Estudios orientales. Hace tres años fundó, junto a Carlota Visier y Jesús Cano Reyes, Comisura, una editorial independiente de discursos híbridos en la que, además, coordina la colección Esto es un cuerpo.

Según ella misma explica, «desde entonces hemos ido trazando un sendero, o más bien caminándolo juntos, construyendo una comunidad que explora nuevas perspectivas en la literatura y la fotografía, explorando la unión de estas y descubriendo a qué lugares inesperados nos puede llevar este bello oficio de hacer libros».

Como fotógrafa su obra se centra en lo cotidiano, lo marginal y las relaciones entre las personas. Publicó su primer libro, Vorhandenheit, en 2014. En 2016 colaboró en Subculturcide, un libro sobre el Madrid de la década de 2010. Fue artista seleccionada en Plat(t)form-Fotomuseum Winterthur en 2018 y en mayo de 2019 publicó con Dalpine el fotolibro Como la casa mía, finalista a Mejor Libro de Fotografía del Año en la categoría nacional. En 2021 fue finalista en Futures Photography. Ha expuesto en Nueva York (Penumbra Foundation), Bremen (Raw Worspede), Berlín (AFF Galeria), Madrid (Sala El Álguila, Sala de Arte Joven) entre otros.

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