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NÚMERO 12

Dosier

¿Cómo afrontar la crisis ecológica y social?

Rutas hacia el futuro desde un presente distópico

«Ecce homo», el autorretrato de Nietzsche

Considerada una suerte de autobiografía, en «Ecce Homo» encontramos al Nietzsche más personal y contradictorio. Analizamos esta obra y algunos momentos de la convulsiva vida del filósofo.

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En «Ecce homo» miramos a Nietzsche directamente a los ojos, y su propuesta filosófica se encuentra de lleno con su convulsa vida. Fotografía de Nietzsche realizada en 1869, de autor desconocido. Imagen de dominio público, extraída de Wikimedia Commons.

En «Ecce homo» miramos a Nietzsche directamente a los ojos, y su propuesta filosófica se encuentra de lleno con su convulsa vida. Imagen de Nietzsche realizada en 1869, de autor desconocido. Imagen de dominio público, extraída de Wikimedia Commons.

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Han transcurrido más de cien años desde la muerte de uno de los pensadores más controvertidos y preclaros que ha dado la humanidad. Era un hombre atormentado y plagado de desgracias, como casi todos los grandes genios, incomprendido en su época y por sus contemporáneos. Como Heráclito, fue catalogado de «oscuro y laberíntico» debido a la dificultad de interpretación que —según algunos— muestran sus obras, muchas de ellas escritas bajo la modalidad de aforismos. Hoy, sin embargo, su pensamiento se mantiene más vigente que nunca, siendo cada vez consultado más allá de lo puramente académico.

«Hasta ahora nadie me ha sabido ver, ni siquiera comprender»

Ecce Homo
Ecce homo, de Friedrich Nietzsche (Tecnos).

En su obra Ecce homo (publicada póstumamente en 1908), considerada como autobiográfica, el autor señala al respecto: «Hay tal desacuerdo entre la grandeza de mi obra y la pequeñez de mis contemporáneos, que hasta ahora nadie me ha sabido ver, ni siquiera comprender». Es de notar, no obstante, como afirma el filósofo Luis Jiménez Moreno en su obra Nietzsche (1981), que «él no pretendió nunca que con su filosofía estuviera por fin todo claro y terminado». Insiste siempre, por el contrario, en que es el momento de emprender, de abrir nuevas rutas, de enfrentarse a situaciones totalmente desconocidas.

Nació el 15 de octubre de 1844 en Röcken, Alemania, y murió en un sanatorio suizo, en Weimar, el 25 de agosto de 1900 a la hora del medio día, tras diez años de demencia irreversible. Se considera que Nietzsche fue remontando una existencia trágica y cruel condicionada por las enfermedades que continuamente le imponían dolor, y que fue acompañado por la soledad y la incomprensión. Pero es de todo este remanente vivencial de donde aflorará uno de los pensamientos más auténticos y profundos de cuantos ha podido guardar la historia.

Nietzsche, ciertamente, ha ido escalando la barrera del tiempo hasta lograr inscribir su nombre en la historia del pensamiento. Hoy es indiscutible la influencia que ha ejercido y ejerce su pensamiento sugestivo y atrayente, a tal punto que ha logrado imponerse a la adversidad de la incomprensión. Todo porque, ante la nada de la vida, Nietzsche ofrece la «voluntad de poder», «querer ser más». La voluntad de poder, dice la investigadora Dolores Castrillo Mirat, «confiere sentido y da valor a las cosas».

Nietzsche fue remontando una existencia trágica y cruel. Pero es de todo este remanente vivencial de donde aflorará uno de los pensamientos más auténticos y profundos de cuantos ha podido guardar la historia

«Ecce homo» es ruptura

Su pensamiento, de hecho, se va construyendo entorno a una serie de aspectos que le ganan adeptos tanto como le confieren innumerables adversarios. Nietzsche declara la muerte de Dios y con ella la muerte del sujeto, de un cierto tipo de sujeto que el pensador relacionaba con el «carácter gregario del rebaño». Se trata de un sujeto antítesis del «superhombre», del espíritu libre, del hombre más allá del bien y del mal que ha de trascender los límites del infinito universo de los mundos.

Pero incluso cuando el concepto de superhombre no le pertenece exclusivamente, sino que es del filósofo danés Soren Kierkegaard, es necesario señalar, como se plantea en el prólogo a Ecce homo de la editorial mexicana Editores Mexicanos Unidos (1910), que «la característica de Nietzsche consiste precisamente en eso: en decir con palabras nuevas cosas viejas».

El filósofo Ignacio Llorens señala que «su filosofía, lejos de polemizar con anteriores corrientes e interpretaciones, cosa que haría tan solo ocasionalmente, se desarrollará en otros parámetros, volcándose, por lo tanto, hacia la primigenia visión de los filósofos, especialmente de Heráclito para, a partir de ahí, fundar un nuevo camino que lleve al hombre a la aceptación y desarrollo de su potencialidad existencial». Algunos autores, por eso, sostienen que para la historia de la filosofía, Nietzsche representa la exigencia y la presunta apertura de un nuevo inicio, de una «segunda navegación», en significativo contraste con Hegel.

Ante la nada de la vida, Nietzsche ofrece la «voluntad de poder». La voluntad de poder, dice la investigadora Dolores Castrillo Mirat, «confiere sentido y da valor a las cosas»

Se cree, de la misma manera, que Nietzsche no viene a ser un pensador que se exprese a través del análisis sistemático al estilo de los filósofos tradicionales. Su lenguaje no es más que el de un hombre que aspira a comunicar a los demás su propia experiencia existencial. «Sin ningún lugar a dudas, se puede afirmar que en el núcleo de la personalidad de Nietzsche está un choque violento, permanente entre sus vivencias y la realidad, en los términos en que esta aparece constituida en sus niveles religioso, político, ideológico, social, etc.», plantea el Jiménez Moreno.

En este Ecce homo y el resto de las obras de Nietzsche encontramos, por lo demás, la propuesta de la ruptura. De una ruptura del orden existente, pero no una ruptura por la ruptura, sino de una transmutación de todos los valores. Nos propone, para ello, la necesidad del eterno retorno: la vuelta al origen, a la raíz del pensamiento. Pero, desde luego, sin negar la historia e invitándonos a empezar otra vez.

Quizá por eso se ha considerado que la filosofía de Nietzsche se orienta más a la destrucción que a la construcción. Una muestra de estas obsesiones destructivas son su fobia antirreligiosa y sus reproches hacia los códigos morales, en los cuales no ve más que construcciones arbitrarias. «La actitud de Nietzsche en contra de la idea de Dios no es una crítica académica basada en los argumentos positivistas de su tiempo, sino una oposición visceral», señala el filósofo Ivo Frenzel.

En Ecce homo y el resto de las obras de Nietzsche encontramos la propuesta de la ruptura; de una ruptura del orden existente, pero no una ruptura por la ruptura, sino de una transmutación de todos los valores

Eterno retorno

En el lenguaje de Nietzsche —dice el filósofo Benito Herrero Amaro— se conjugan dos temas a través de los cuales se percibe que en él las perspectivas lógicas y racionales están rotas: el superhombre y el eterno retorno. El primero es «el sentido mismo de la tierra» y se anuncia porque la muerte de Dios es un punto cero en la historia, el gran acontecimiento que va a desligar las energías y va a desentrañar mil rutas aún no transitadas. La idea del eterno retorno ocupa el lugar vacío de la metafísica muerta. Es decir, todo tema tiene que volver necesariamente para renacer y absorberse en un eterno ciclo.

Se sostiene, desde este punto de vista, que es necesario valorar el pensamiento nietzscheano desde fuera de él mismo, puesto que Nietzsche —más poeta que filósofo— nos arrastra hasta el problema de la persona. No es capaz, sin embargo, de develarnos el sentido auténtico de su misterio. Su carácter destructor nos conduce hasta las puertas del nihilismo. Se cree, inclusive, que desmentir las grandes mistificaciones humanas consagradas por la tradición de la historia del pensamiento es la gran tarea de Nietzsche, además de criticar la ciencia, el progreso, la razón, la Ilustración, el hombre y toda una serie de productos abstractos en nombre de los cuales se inmola la vida.

Nada más resta por decir, sino señalar que cada vez se hace más necesaria y notoria la recurrencia y la consulta de la obra de Nietzsche. Pensador que, al tiempo que indigna, entristece, pero, sobre todo, estremece y transforma. Pues es indudable que, luego de leer a Nietzsche, ya no se es el mismo. Y no se puede continuar siendo el mismo ante la crudeza y la brusquedad de sus reflexiones que navegan, a decir de algunos, entre el extravío mental y las iluminaciones vesánicas.

Sobre el autor

Elys Rivas es politólogo por la Universidad de los Andes (1991), magíster en Ciencias Políticas (1994) y doctor en Ciencias Sociales con mención en Ciencias de la Educación (2011). Ha ejercido la docencia universitaria en diversas instituciones, destacando su trabajo como profesor de Filosofía e Investigación. Ha publicado novelas, ensayos y poemarios, además de colaborar en revistas culturales. Ha recibido premios literarios como el «Rafael Roberto Gavidia» (1998) y el «Efraín Cuevas» (2005), y su nombre figura en el Diccionario Abreviado de Escritores Venezolanos (2004). 

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